He querido comenzar hoy mi entrada con estas famosas
palabras del historiador británico Lord Acton. Sin ánimo de entrar en la demagogia
de si todos los políticos son iguales, tenemos que tener clara una cosa en
relación al poder: es muy peligroso si
no se controla. ¿Qué es controlar? Pues repartir poder, auditar, obligar a que
las decisiones sean transparentes. La democracia no es tanto que nos
gobiernen los mejores como que, en caso de que nos gobiernen los peores o no
hagan lo correcto, podamos juzgarlos y retirarlos de la vida pública. El Estado
es neutro, en contra de lo que consideran muchos. Son los gobiernos, los
políticos... en resumidas cuentas, la gente, la que orienta a las instituciones
hacia un sentido u otro. La clase política es -entendida dicha clase como
aquellos partidos que se han asentado en las instituciones convirtiéndolas en
su propio cortijo- la que tuerce la administración hacia sus propios intereses.
Como siempre, son las relaciones entre personas y colectivos las que determinan
el devenir de la política.
Tras la imputación de varios sindicalistas por el caso delos ERE en Andalucía, nos damos cuenta de que ninguna estructura institucional
en España, tanto sindical como política, así como muchos grupos empresariales,
están a salvo de la sombra de la corrupción. ¿Es un partido político corrupto
en su naturaleza? ¿Y un sindicato? Evidentemente no, pero cuando adquieren
poder, capacidad de decidir y control sobre leyes, normas y dinero, entonces
empiezan los problemas. Utilizar las altas esferas para hacer negocio no es
sólo una cuestión de Urdangarín, Bárcenas y afines. Tanto si se entra en
política para hacer dinero como si, una vez allí, se sienten tentados, es una
desviación con la que tenemos que contar. De ahí que haya que huir siempre de
las soluciones absolutas y radicales que vociferan eso tan manido de “hay que
quitar a estos y me pongo yo, así nos irá mejor”. Como no haya un sistema
fuerte de control y transparencia, junto con un rechazo social a la corrupción,
ésta seguirá campando a sus anchas.
El caso de los ERE es muy hiriente, puesto que son
irregularidades con dinero que iba destinado a colectivos en riesgo de
exclusión social. Un cachondeo y una vergüenza. Pero es lo que pasa con la opacidad,
cuando consideramos que la política es algo oscuro y no nos preocupamos por lo
que pasa. La cultura política en España es pasar de la política, y así nos va.
No hablo de militar, simplemente hay que ser críticos. Pero claro, algunos me
diréis que cualquier alternativa al bipartidismo no lleva a nada. El nihilismo
está muy incrustado en nuestra sociedad y no voy a ser yo quien lo cambie. Pero también
lo está el clientelismo: ya vimos como en su día Jesús Gil fue uno de los alcaldes
más votados en España; por otro lado, el constructor Sandokán, imputado en elcaso Malaya, tiene varios concejales en el Ayuntamiento de Córdoba.
La España del pelotazo tiene sus seguidores, no os creáis.
Todo este contexto es tremendamente peligroso y desolador,
abre las puertas a que cualquier iluminado diga que va a regenerar España y no
sepamos bien cómo vamos a terminar. Pero con estos niveles de corrupción estructural,
comprendo que la ciudadanía no sólo esté harta, sino altamente indignada.
¿Alternativas? Más transparencia y más mano dura con la corrupción, pero parece
que, al final, todo se resuelve entre
bambalinas y sin que nos enteremos bien. El panorama pinta realmente mal.
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