miércoles, 30 de agosto de 2017

Nueva colaboración de Politólogo en Red

Politólogo en red inicia una nueva colaboración, esta vez con la Fundación iS+D para la investigación social avanzada. Como consecuencia de dicha colaboración,  tutorizaré un curso sobre "Nuevas Tecnologías y mercado laboral". Os paso toda la información por si estáis interesados, o conocéis a alguien que le pueda interesar. 
Enlace aquí. 

jueves, 24 de agosto de 2017

¿Choque de civilizaciones? Una introducción al debate.


Cada vez que en Occidente sufrimos un atentado terrorista infame perpetrado por “yihadistas” se abre el debate del choque de civilizaciones. Aún recuerdo, tras el 11S y el 11M, la cantidad de artículos y análisis que planteaban que, en realidad, el Islam (como conjunto monolítico) estaba en contra de occidente. Para ello, se citaba constantemente a Huntington y su “Choque de civilizaciones”.[1] Se entiende por civilización un conjunto de personas que se rigen por los mismos valores y costumbres y, sobre todo, por una misma religión.
Para el politólogo norteamericano, existen una serie de civilizaciones:
  • ·         China: podría denominarse “confuciana”, pero finalmente será conocida como “sínica”. Este último término también abarca otras culturas afines, como las de Vietnam y Corea (Huntington, 1997).
  • ·         Japonesa: aunque deriva de la civilización china, adquiere entidad propia a partir del año 100 d.c.
  • ·         Islámica: nacida en la Península Arábiga en el siglo VII,  tuvo su periodo de expansión y esplendor (ejemplo de ello fueron Al-Ándalus y el califato de Córdoba).
  • ·         Ortodoxa eslava: oriunda de Rusia.
  • ·         Occidental: según el autor, arranca en el año 700 u 800 d.c. y se centra en Europa, Norteamérica, más otros países como Australia y Nueva Zelanda. No entiendo bien la elección de esta fecha, a no ser que el autor escoja la coronación de Carlomagno como emperador como el inicio del mundo occidental (800 d.c.), si bien es cierto que los valores que se le imputan a Occidente (libertad, democracia, etc.) llegaron bastante más tarde, sobre todo con la Revolución Francesa. Hablo de valores, pues las realidades democráticas tardaron más en llegar.
  • ·         Latinoamericana. Sí, mete a toda latinoamérica en un mismo saco.
  • ·         Africana (se supone que África subsahariana pertenece a una misma civilización, aunque tenga religiones distintas y diferentes lenguas).

 Que estas civilizaciones estén en conflicto es algo por ver. Del mismo modo, es difícil comulgar con esta macrodivisión. Si la religión es tan importante para determinar una civilización, ¿no está acaso Latinoamérica influida por el cristianismo que exportaron los “descubridores”? ¿No fue la iglesia ortodoxa hija del imperio bizantino que, a su vez, era hijo del imperio romano al que tanto debemos en Occidente (España, Francia e Italia, por ejemplo, tienen lenguas derivadas del latín)? Además, si separamos a los ortodoxos de los católicos, ¿por qué no hacer  lo mismo con los protestantes? Las guerras entre católicos y protestantes provocaron miles de muertos en su día, aunque ahora estemos dentro de un mundo occidental. Por cierto, los europeos sabemos más que nadie sobre guerras civiles. También debemos reflexionar sobre si las civilizaciones surgen como entidades separadas, y no como un conglomerado de costumbres y creencias influidas a su vez por otras. EL Cristianismo surge en Oriente Próximo, al igual que el judaísmo y el islamismo, y sin embargo se ven como entidades que parecen sustraídas de otro planeta. 

Huntington, como os decía, establece que la religión es clave para entender una civilización. El proceso modernizador, la caída del muro de Berlín, las revoluciones tecnológicas, etc., no han conseguido que fuera de Occidente los ciudadanos se adhieran a nuestro estilo de vida. Por el contrario, surge un renacer de valores tradicionales y de fundamentalismos religiosos que sirven a las personas para reafirmar una identidad. Cuanto más globales somos, cuanto más cerca estemos los unos de los otros, más necesario se hace encontrar puntos de diferencia y de reafirmación identitaria. En este punto, creo que tiene bastante razón, pero evidentemente hay que matizar muchas cosas. ¿Por qué surge ese renacer?

Es importante entender varias ideas traídos a colación por el autor. En la página 58 describe algo que me parece muy importante: “Occidente conquistó el mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o religión, sino más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada. Los occidentales a menudo olvidan este hecho; los no occidentales, nunca”. Por lo tanto, a base de pistola es muy difícil que la gente se una a conceptos como los derechos humanos, las elecciones libres, la economía de mercado (bueno, por lo general la economía de mercado sí ha tenido más éxito que los derechos humanos) y el pluralismo político.

No obstante, hay aspectos que Huntington soslaya o en los que, al menos, no entra en profundidad. El primero, que la descolonización occidental dejó una serie de gobiernos títeres con niveles de corrupción exacerbados, lo cual provocó reacciones de indignación ( evidentemente, no se habían cumplido esos anhelos que inflaron las reacciones contra los colonizadores). ¿Quiénes estaban organizados para canalizar este descontento? Los religiosos. Pasó en Argelia con el FIS, en Egipto con los hermanos musulmanes o en tantos otros países. Cuando un estado es fallido, allí donde no llega el bienestar llegan los grupos islamistas (hablo de los países de tradición arabomusulmán). Otro ejemplo podría ser el de HAMAS en Palestina, que gestiona colegios.

Otro elemento omitido por el autor es que el Islam se encuentra profundamente dividido, no solo por cuestiones étnicas (árabes, turcos, persas –o, más bien, iraníes-, bereberes, kurdos…), sino por ese cisma profundo que surgió en su día y que dividió esta religión entre suníes y chiíes. De hecho, los terroristas fundamentalmente atentan contra otros musulmanes  y el papel de gobiernos protegidos por Occidente, como Arabia Saudí, en la financiación de corrientes radicales está más que probada. En mi opinión, lo que quiere el extremismo es precisamente una guerra de civilizaciones entre ellos y el resto del mundo que considera impuro. Ellos han establecido su guerra, pero nuestra política exterior, la de Occidente, debe tener en cuenta la situación del mundo arabomusulmán. Estamos en una encrucijada con varios frentes:
  • -          El conflicto Palestina- Israel.
  • -          La guerra de Siria.
  • -          La guerra en Afganistán.
  • -          La situación de Irak tras la última guerra.
  • -          El papel de los gobiernos del Magreb y sus diferentes conflictos inherentes: Marruecos, Argelia, Túnez.

También surgen una serie de preguntas:
  • -          ¿Qué pasará con Libia?
  • -          ¿Qué pasará con Turquía y su giro cada vez más autocrático y religioso?
  • -          ¿Qué pasará con Egipto y los Hermanos Musulmanes?
  • -          ¿Qué pasará con los kurdos?
  • -          ¿Qué papel juega Irán en todo este lío?

La zona de Mediterráneo es un hervidero. Habrá que reflexionar sobre la integración de los inmigrantes musulmanes en las sociedades occidentales. ¿Cuál es el camino a seguir cuando todo el mundo apunta a que el modelo francés (asimilacionista)o el de Gran Bretaña han fracasado?

Para profundizar




[1] Para este artículo utilizo la siguiente edición: Huntington, Samuel P. El Choque de civilizaciones. Y la reconfiguración del orden mundial. Paidós. 1997

miércoles, 2 de agosto de 2017

¿Hay trabajo para todo el mundo?


En un interesante artículo de prensa leo el siguiente párrafo:

“La EPA del segundo trimestre publicada ayer (27 de julio de 2017) ha dejado muy buenos titulares. La creación de empleo es fuerte (incluso mayor de lo esperado), y el paro ha bajado de manera contundente. Ya estamos por debajo de los 4 millones de parados y la tasa de paro es “solo” del 17,2%, en niveles de 2009. Estas cifras, que en otros países europeos causarían preocupación y asombro a nosotros nos parecen una buena noticia”.

Es cierto que estamos mejor que hace no muchos unos años, pero los datos sobre el mercado de trabajo en España siempre ocultan una constante preocupante: la temporalidad y un desempleo tanto juvenil como de mayores de 45 años escandaloso. A los  problemas anteriores hay que sumarles el desempleo de larga duración, que castiga demasiado a los mayores de 45 (tal y como se comentó en este foro) y que está excluyendo del mercado de trabajo a miles de personas que tienen muy, pero que muy difícil, volver a incorporarse al ámbito laboral.

Si la tecnología irá sustituyendo a personas que desempeñaban tareas mecánicas y fácilmente automatizables, solo queda la formación como medio para la inserción sociolaboral. Pero, ¿y si no es suficiente? Es una pregunta que los analistas debemos poner encima de la mesa, no vaya a ser que el exceso de optimismo no nos deje ver el bosque. Según podemos seguir leyendo en el artículo que os comentaba, “la ocupación crece para quienes tienen estudios universitarios, con incrementos que varían entre el 2 y 4% con respecto al año anterior. La otra cara de la moneda son caídas más grandes en la ocupación registradas para quienes sólo tienen estudios secundarios o menos”. No podemos permitir que haya gente que no tenga ningún tipo de formación, sobre todo en un mercado laboral tan cambiante y con un nivel de exigencia formativa creciente, es cierto; pero también es necesaria una reflexión sincera sobre le porvenir del trabajo: ¿habrá para todo el mundo o la revolución tecnológica destruirá empleo más rápido de lo que lo crea?

No obstante, hay otra reflexión necesaria. Con cifras de desempleo superiores al 15 y al 20% en determinadas regiones de España, ¿cómo es que no hay un estallido social? ¿Qué porcentaje de economía sumergida mantiene un nivel de supervivencia mínima a muchas familias? ¿Hay datos exactos sobre esto? No se trata de estigmatizar a nadie, sino simplemente de explicar una realidad para poder dar respuesta a los problemas sociales que se nos están planteando.



Diez obras de teatro que no me canso de recomendar

  Diez obras de teatro que no me canso de recomendar