La semana pasada traté el anonimato y el odio en la red
centrándome en casos de personas que, utilizando redes que permiten escribir de
forma anónima, practicaban el acoso y el insulto. Hoy quiero seguir
profundizando en este tema.
Enrique Dans escribió no hace mucho en su blog sobre la
consideración de que el anonimato en la red es un derecho y que ir en contra de
este concepto significa dos cosas: no
entender la red y erosionar los derechos fundamentales.
El acoso constante que sufren muchos políticos, y personas
particulares sin actividad en la esfera pública, nos lleva constantemente a
reflexionar sobre si es bueno no permitir que los usuarios puedan refugiarse en
el anonimato impunemente. Por una parte, quiero decir que el anonimato 100% no
existe y que si alguien comete un delito
y se le persigue, tarde o temprano se le encontrará. Pero claro, aquí hay
que meter a la policía de por medio y a un juez, lo cual garantiza, en cierta
medida, nuestros derechos, puesto que evita que las persecuciones sean
arbitrarias (aunque sobre la actuación
policial y judicial también habría que reflexionar caso por caso).
Lo que ocurre es que censurar la red, donde millones de
personas interactuamos unas con otras, es una tarea más que complicada por no
decir imposible. Por ejemplo, en Twitter sería necesario comprobar los mensajes
antes de ser publicados, lo que convertiría a esta red en un gran hermano constante que perdería su
razón de ser. Si nos obligamos todos a identificarnos, también el grado de
exposición es mayúsculo.
Quizá solo quieras el anonimato para tener libertad de compartir
información en un foro sin ningún carácter delictivo, simplemente quieres separar
tu vida normal y profesional de comentarios irónicos o relacionados con el
ocio, o denunciar alguna injusticia que, por miedo a las represalias, no eres
capaz de hacer con tu nombre, tu cara y apellidos. En estos casos, el anonimato
nos parece una opción más que recomendable.
En este sentido, tal y como explicita Dans:
“Estoy totalmente a
favor de identificar, perseguir y condenar a todo aquel que cometa un delito en
la red, siempre que efectivamente sea un delito y que un juez así lo determine.
Condenar a quienes injurian, difaman, acosan o amenazan en la red es importante,
porque eso nos convierte en una sociedad más libre y evita que los matones
dominen la conversación. Separar los delitos determinados por un juez de otras
cuestiones importantes en una sociedad democrática, como el derecho a la
parodia, a la ironía, al uso del humor en todas sus vertientes o a la crítica y
el activismo es también fundamental, y debe ser considerado como algo muy
importante, que no debería peligrar en una sociedad sana. Es importante buscar,
además, un efecto ejemplificador que, dentro de la lógica y la mesura,
contribuya a la educación de la sociedad en un contexto relativamente novedoso
– ya no tanto, pero concedamos que no de manera universal – como el de las
redes sociales. Se tarda tiempo en educar
a una sociedad, pero se termina consiguiendo si se utilizan las herramientas
adecuadas.”
Lo que ocurre es que, en la sociedad actual, nos vemos
desprotegidos ante la viralidad en la red. Frente a una campaña de acoso y
derribo implementada por centenares de perfiles y personas aburridas y con mala
leche, un individuo se siente totalmente aislado. Creo que la obligación es que
las redes sociales tengan protocolos estrictos en estos casos y que, si somos acosados por
alguien, nuestra denuncia a la red sea suficiente para suspender esa cuenta de inmediato
e intentar parar el desastre independientemente de que se denuncie a la policía
y se actúe en consecuencia.
Uno de los ejemplos más sonados sobre el intento de las redes
de evitar la suplantación de identidad y el anonimato es el hecho de que te
terminen pidiendo una foto selfiepara comprobar que eres tú realmente el que dirige tu propio perfil de Facebook.
La excusa es la seguridad, pero si esta medida se implementa en el resto de redes,
todas tendrán nuestra foto y datos personales de forma explícita (más, si cabe,
porque solemos regalar esta información alegremente).
No nos engañemos, si a las principales redes sociales les
interesa el fin del anonimato, lo mismo que nos requieren un correo electrónico
y cada vez más información, obligarnos a fotografiarnos terminará, en cierta
medida, con un buen espacio anónimo. Lo que el estado no puede lo haremos
nosotros felizmente por compartir nuestra información en la red.
Es curioso, porque en
Internet tenemos dos problemas: el uso del anonimato para intereses espurios y
la sobreexposición de millones de personas ofreciendo más información que la
que es racionalmente recomendable.
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