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Antes de nada. ¿Nos acordamos de
Berlusconi?
Es evidente que hay un malestar socialque explicaría la victoria de un showman
como Trump. Este personaje es consecuencia, no causa. Un hombre hecho a sí
mismo, un outsider triunfador que
gusta tanto a los estadounidenses, pero que dice abominaciones. Tampoco se entiende que la presidencia en los
EEUU pase de padres a hijos y de esposos a esposas, como si fuera una especie
de monarquía. Clinton no enamoraba, recordaba lo peor de la política, del orden
establecido, de la casta (si se me permite la palabra). Es difícil encajar que
después de Obama se vote a algo tan distinto, por mucho que se quieran meter en
el mismo saco al primer presidente negro de la historia de EEUU, un candidato
que en su momento también fue antiestablishment,
y al candidato republicano. Las
democracias occidentales muestran fatiga, es evidente, pero a cualquier precio
no podemos hacer estallar todo por los aires. O se reacciona buscando las
causas, o volveremos a vernos en el mismo contexto que la Europa de entre
guerras.
El mundo cambia a velocidades
lumínicas. Cambios tecnológicos, miedo a perder lo poco que se tiene, desesperación
al perder lo que se tenía, reivindicación de identidades locales y nacionales
en un mundo global y un largo etcétera. Como decía Anthony Giddens en “Un mundo desbocado”, el estado es demasiado pequeño para pelear en un mundo
interconectado, pero demasiado grande para solucionar problemas locales. El incremento de sensación de riesgo, enterminología de Urich Beck, provoca una incertidumbre en la población que
desencadena fenómenos de lo más diverso. Trump, entre ellos.
El descontento de las clases
populares, principalmente del hombre blanco estadounidense molesto por la
destrucción de puestos de trabajo y los acuerdos de libre comercio[1],
se ha canalizado hacia Trump. El discurso racista y machista del líder
republicano no ha conseguido movilizar al voto contra sí mismo aupando a una
candidata Clinton que, de por sí, era mala apuesta. Es como si se presentaran
dos opciones: cambiar, no se sabe hacia dónde, o seguir igual. La gente ha
votado cambiar. Veremos cómo termina esta película.
¿Bernie Sanders hubiera
conseguido mejores resultados? No sabemos, pero, en un futuro, el partido
demócrata terminará liderado por un candidato similar, radical para algunos,
pero con capacidad de conexión con una población hastiada de las mismas
políticas. Y esto es así porque a Trump su discurso sin eufemismos y sin
ambages le ha servido. Ha arrastrado candidatos moderados y radicales. Si a
ellos les funciona, ¿por qué no al partido contrario? Seguramente las primarias
del Partido Demócrata las ganó Clinton porque había gente que consideraba que
cuanto más de derechas, más posibilidades había de captar voto republicano. Se
equivocaron. Por lo menos, en parte.
Hay mucha relación entre el
Brexit y la victoria de Trump: un fuerte rechazo al multiculturalismo unido por
ese malestar generado como consecuencia de la precariedad laboral y la
desigualdaden esto que se llama globalización. Pero, ¿tan mal están en EEUU
tras Obama? ¿Es la situación tan extrema como para votar a un millonario que ha
quebrado unas cuantas empresas y es famoso por organizar los certámenes de Miss
Universo y participar en un programa televisivo como El Aprendiz? Su discurso
proteccionista y antiinmigración no tiene nada que ver con la visión neoliberal
de muchos miembros de su partido. ¿Qué
eso de Make America Great Again?
¿Quieren volver a los años 50 del siglo XX?
El aumento de la desigualdad,
como ya esbozó Stiglitz, tiene un carácter importante en los problemas sociales
a los que nos enfrentamos. Pero nos queda aún más camino que recorrer.
[1] Os
recomiendo este interesante artículo de Thomas Frank: http://www.eldiario.es/theguardian/millones-americanos-corrientes-Donald-Trump_0_492401514.html
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