Realmente, el problema de los mercados laborales en las
sociedades tecnológicamente avanzadas no es la sustitución de personas por
máquinas. La creación de riqueza puede continuar, y se pueden abrir nuevos
escenarios en los que podamos trabajar menos horas e, incluso, desprendernos de
trabajos duros y aburridos. El problema tiene más que ver con el reparto de la tarta,
la inclusión de colectivos en riesgo y la movilidad descendente de unas clases
medias que ya no son lo que eran. El reparto de los recursos en un mundo cada
vez más hiperpoblado siempre ha sido una preocupación. Ahora, cada vez más.
La polarización, la desigualdad, la concentración de riqueza
en pocas manos es lo que, al final, provoca tensiones sociales difíciles de
gestionar. Podemos seguir creyendo en cuento de hadas de que todo se
solucionará solo, pero la historia nos ha mostrado en Europa que el estado del
bienestar frenó posibles guerras y disturbios violentos.
Aceptemos que ya estamos siendo sustituidos por las
máquinas. La inteligencia artificial evoluciona a un ritmo frenético y el
trabajo será cada vez más un bien escaso. Es imposible volver atrás. Cuando
puedes utilizar un procesador de textos, sólo un romántico excéntrico volvería
a la máquina de escribir para trabajar. Por lo tanto, si la revolución es imparable,
¿Qué nos depara el futuro?
Existen distintos movimientos políticos que abogan por un cambio sustancial del modelo
existente. Trump, por ejemplo, ha vendido un proyecto político basado en volver a los años 50 del siglo XX. “Make
america great again”. Pero, ¿Es posible desandar lo andado?
La tecnología abarata costes. Pero no sólo porque sustituya
trabajo humano. Lo planteaba muy bien Dans en uno de sus artículos:
“El smartphone que llevamos en el bolsillo
ha hecho que una gran mayoría de la sociedad haya dejado de adquirir cámaras de
fotos y de vídeo, agendas, relojes, ordenadores, aparatos de GPS, reproductores
de música e infinidad de cosas más que antes costaban en conjunto varios miles
de euros, pero un par de años después de su adquisición, el valor de ese
mismo smartphone se ha depreciado hasta el límite. Una
tendencia deflacionaria absolutamente imparable, generada por el avance
tecnológico, que no puede ser detenida, y cuyos efectos nadie tiene experiencia
gestionando.”
Si no podemos volver a la época pre Internet, sólo nos queda
gestionar los avances tecnológicos para que podamos incluir a todo tipo de
colectivos sin que nadie se queda en la cuneta.
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