El paro y la corrupción, como no podía ser de otra manera,
son los dos principales problemas que preocupan a los españoles según el CIS.
Si nos centramos en el segundo de ellos, podemos leer en la prensa que “la preocupación ciudadana por la
corrupción sigue su línea ascendente de los últimos meses y se ha disparado en
el último barómetro del CIS, en el que la citan como problema el 44,8% de los
encuestados, 7,5 puntos más que en el sondeo anterior.”
No es que haya más corrupción que en la época de la burbuja
inmobiliaria (aunque la mayoría de los casos que están floreciendo son de esta época) o en décadas anteriores, sino que ahora en nivel de aguante ha
cambiado, por un lado, y se conocen más casos, por otro. El listón de
tolerancia ante la desvergüenza ha descendido de forma sustancial y, en plena
crisis, ya es difícil encontrar a alguien que diga eso que se escuchaba algunas
veces de “roba, pero hace algo”, aunque en ocasiones parezcamos demasiado indulgentes con los corruptos,
tragando más de la cuenta cuando se trata de casos de partidos que consideramos
“de los nuestros”. De todas formas, es posible que las generalizaciones, como expondré
más adelante, nos lleven a un callejón sin salida: ¿podemos desarrollar una
democracia sin política?, ¿todos los políticos son corruptos?
Sigamos con los problemas. Es noticia que la percepción sobre la situación económica se
ha modificado: “disminuye en cinco
puntos el porcentaje de ciudadanos a quienes preocupa este asunto (el 22%
frente al 27% del mes anterior), y también hay un mayor optimismo sobre su
evolución”; no obstante, tampoco
está la situación para tirar cohetes.
Es posible que los últimos datos de paro y el crecimiento
económico de España suavicen nuestro estado de ánimo, pero el desempleo sigue
siendo una amenaza para casi todos los españoles. El miedo a perder un empleo,
quien lo tenga, y el miedo a no obtenerlo nunca, quien lo esté buscando, es un
mal endémico en este país. Aunque seamos optimistas ante el futuro -quien lo
sea-, la sombra del desempleo es alargada.
A los problemas anteriores habría que sumarles otro, que es la clase política. Esto es muy
preocupante, como os decía, porque si en
una democracia la política es un problema, habría que intentar definir bien
dónde está el obstáculo: ¿son los partidos existentes o es el poder político en
sí? ¿Son los políticos en general o algunos en particular pero generalizamos? Por lo que se puede interpretar, metemos a
todos en el mismo saco y, si no somos de proponer muchas alternativas, el odio
a la clase política se va volviendo cada vez más sistémico sin que encontremos
alternativas saludables.
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