Hay una serie de afirmaciones sobre la relación entre la tecnología
y el empleo que debe hacernos reflexionar, sin ánimo, dios me libre, de parecer
un pesimista empedernido. Soy amante de la tecnología, me encanta, y creo que
está aquí para hacernos la vida mejor, pero tiene muchos peligros. Como
sociedad, debemos saber gestionarlos.
Como os decía, una de esas afirmaciones es la idea de que el
cambio tecnológico destruirá empleo. Según podemos leer,
“Durante el último
año hemos visto una gran cantidad de predicciones acerca de la participación de
los robots y la inteligencia artificial en cada vez más puestos de trabajo. Por
ejemplo, McKinsey Global Institute
(MGI) apunta a que la automatización afectará a entre 400 y 800 millones de
personas, quienes serán desplazadas de sus puestos de trabajo en 2030, es
decir, aproximadamente el 14% de la fuerza laboral.”
El 14% de la fuerza laboral es mucho; además, esa masa
trabajadora seguramente estará en posesión de trabajos poco cualificados, que
suelen ser los primeros en caer en una revolución tecnológica. Pero continúa:
“Otro ejemplo es el
del Foro Económico Mundial (WEF), quien pronostica que para 2025 se eliminarán
75 millones de empleos debido a la automatización, pero a su vez se crearían
133 millones de nuevas funciones. Ahora, Kai-Fu Lee sube la cifra y apunta a
que esto será peor de lo que se esperaba, ya que para 2035 el 40% de los
trabajos del mundo serían realizados por algún sistema basado en inteligencia
artificial.”
A pesar de las facilidades que, como indica Enrique Dans, puede darnos la tecnología, es evidente
que el cambio de paradigma nos obliga a acometer reformas profundas y tomarnos
en serio la adquisición de nuevas competencias profesionales. También hay que
cambiar de mentalidad. Debemos obligarnos a dedicar cada vez más tiempo libre a
ponernos al día en nuevos conocimientos. Lo que hay es conocimiento y, como he
dicho otras veces, un incremento de la complejidad de nuestras sociedades. Un
contexto altamente volátil en el que nadie se puede dormir en los laureles.
De nuevo, la educación es la clave. Y este es otro de los
problemas que nos surge. ¿Quién debe facilitarla: el estado, las empresas,
todos…?
Por otro lado, hay más preguntas incómodas: ¿qué pasará si
el ser humano es cada vez más prescindible dentro del modelo productivo?,
¿iremos a escenarios de renta básica?, ¿nos enfrentaremos a una guerra?, ¿a una
reducción sustancial de la jornada de trabajo y a un mundo rendido al ocio? Es
posible que la reacción sea violenta, pero poco a poco el sistema debe
adaptarse a un futuro más humano o estaremos condenados a aciagos años.
El debate está abierto. Por cierto, ¿qué país llegará antes
a la revolución tecnológica total?
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