Desde el viernes 24 de abril hasta el sábado 25, he estado
asistiendo a un intenso pero interesantísimo encuentro sobre nuevas tendencias en desigualdad y exclusión social. Tal
encuentro se organizó desde el Departamento de Sociología III de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología de la UNED y asistí porque entra dentro de las
actividades organizadas para los alumnos del Máster universitario en problemas
sociales que actualmente curso.
Contamos con brillantes conferencias, pero quizá la más destacable
fue la pedagógica visión que nos facilitó el catedrático de política económica
de la Universidad de Barcelona, Antón Costas, ponencia en la que me detendré un
poco más adelante.
El catedrático de sociología en la UNED José Félix Tezanos,
que coordina además mi máster, hizo una interesante introducción sobre los nuevos
cambios sociales y los retos a los que nos enfrentamos. En un contexto de
mercados globalizados y desregulados, con una financiarización de la economía -que
desvía grandes recursos de la economía productiva a la especulativa- y una
revolución tecnológica que nos enfrenta
a un excedente de horas de trabajo, el desempleo estructural y los niveles de
pobreza parecen incrementarse de forma inexorable.
La desigualdad lleva creciendo en Europa desde la crisis del
petróleo de los años 70 y nuestra actual crisis parece haber sido, de nuevo, un
catalizador generador de malestar (España es un caso particularmente sangrante,
porque es de los sitios donde más ha crecido la desigualdad).
Se crea empleo de poca calidad, surgen los trabajadores
pobres y el progresivo empobrecimiento de la clase media nos hace pensar que si
no se pone dique a esto, todo puede estallar. Se está dando algo muy
particular, y es la movilidad DESCENDENTE entre clases medias. O sea, hijos que
viven peor que sus padres y que no tienen mucha esperanza en que todo vaya a
funcionar, a pesar de contar con una amplia formación en muchos casos. Posteriormente,
el profesor Tezanos profundizaría en esta cuestión, planteando varias
realidades empíricas que apoyarían las tesis anteriormente expuestas.
Aunque hubo grandes charlas, como he comentado, el espacio
en el blog me hace obliga a ser muy breve
y, por eso, me detengo en la ponencia de Antón Costas.
Costas nos planteó un interesante esquema. Por un lado, la
economía y los mercados; por otro, la política y el estado; y, como tercera
pata de esta mesa, la democracia y la sociedad. Este triángulo tiene que
mantenerse en un perfecto equilibrio. En caso de que alguna arista se rompiera,
el desequilibrio podría tener graves consecuencias. En la actualidad, parece que los mercados tienen
más fuerza, incrementan la desigualdad y el “pegamento” que mantenía cohesionada
las sociedades desarrolladas empieza a disolverse.
A principios del siglo XX la desigualdad fue máxima. Sólo hemos
de fijarnos en la crisis de 1929 y sus letales consecuencias para asustarnos nada más que con pensar en que la crisis del 2008 se le
parece demasiado. A principios de 1940, con un viraje en la política de Roosevelt,
EEUU cambió el concepto de austeridad por el de políticas expansivas de empleo,
persiguiendo lo que se conoce como políticas anticíclicas. Más tarde, según nos
contó el profesor, Keynes le daría un marco teórico a dicha política pragmática
que el presidente norteamericano tuvo la obligación de llevar a cabo.
Durante tres décadas, hasta la crisis de los 70 del siglo
XX, las sociedades occidentales fueron relativamente igualitarias y
cohesionadas. Sin embargo, todo esto se resquebraja en los 80, con el auge de
unas políticas de fuerte contenido ideológico neoliberal lideradas por Thatcher
y Reagan.
Actualmente, en contra de la teoría de que la desigualdad es
buena porque incentiva el ahorro, la innovación y el esfuerzo, incluso el FMI
ha alertado de que unas desigualdades excesivas lastran el desarrollo económico
e hipotecan nuestra capacidad para crecer y generar bienestar en el futuro.
Costas también plantea un dilema moral y político, sin
menospreciar la economía, para criticar la desigualdad. El capitalismo necesita
la confianza de los actores en que sus vida van a mejorar; además, la empresa
tiene que ser consciente de que sus decisiones tienen repercusiones en
terceros. Por lo tanto, el núcleo moral del capitalismo es que ofrece
oportunidades de mejorar a los que más la necesitan. Si este axioma no se
cumple, dicho sistema pierde su legitimidad.
La desigualdad no es inevitable, puesto que cuando históricamente
el estado se ha enfrentado a los mercados, como nos plantea el profesor, la política
se ha impuesto. De hecho, de no ser así, no se hubiera construido el Estado del
Bienestar.
¿Cuándo se construyó, por lo tanto, dicho Estado del Bienestar?
Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se decide crear un pacto social que
persiga el equilibrio entre esas tres columnas que os comentaba antes. Se decide
desarrollar un nuevo criterio de estabilidad social que incorporará tres seguros:
por desempleo, ante problemas de salud y en caso de jubilación. De igual modo,
hay que resaltar la importancia de la igualdad de oportunidades que abre la
educación universal.
Me dejo mucha información que se planteó en los debates y en
las ponencias del encuentro: sobre desigualdad de género, brecha digital, familias
vulnerables, nuevos problemas sociales, trabajadores pobres, nueva pobreza, etc.,
pero ya sabéis que el espacio en este blog es limitado y seguro que seguiré
profundizando en estos temas con posterioridad.
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