El cambio de paradigma en el mercado laboral nos lleva a la
siguiente reflexión: tener trabajo no
asegura la inserción social. Esto es grave, puesto que ya no es suficiente
con tener una nómina, en el mejor de los casos, para poder llegar a fin de mes.
Y tampoco podemos creernos eso de vivir por encima de las posibilidades de cada
uno; no se tiene para vivir porque muchos sueldos son bastante bajos. La
devaluación salarial que ha desencadenado la crisis, tras el pinchazo de una
burbuja inmobiliaria que ha servido de espejismo para ocultar nuestras
debilidades económicas, arroja en nuestra cara una realidad bastante más cruda
de lo que parece.
Según Cáritas, que ha publicado un informe recientemente, el “53% de las personas que acuden en
búsqueda de ayuda o acompañamiento a su organización vive en un hogar en el que
al menos uno de los miembros tiene trabajo”. Durante el 2014, dos millones
de personas aproximadamente acudieron buscando la ayuda de esta institución, lo
que supone una cifra nada despreciable que se ha ido estabilizando con el paso
del tiempo.
Además del trabajador pobre, la situación de desempleo crónico
y de larga duración también es preocupante. Según Cáritas, “más del 65% de los hogares en los que actúa
hay personas en situación de desempleo y que en su mayoría - el 74,2%- son
parados de larga duración”. Por lo tanto, sumamos empleos y sueldos
precarios y desempleo de larga duración como principales indicadores de
exclusión.
A pesar del empleo mal remunerado, el miedo de pertenecer al
grupo de parados hace que se acepte
cualquier condición laboral por espartana que sea. Con tal de estar insertado
laboralmente, se trabaja incluso gratis, como es el caso de infinidad de becariosque ya superan la treintena. ¿Es esto una buena política de Recursos Humanos?
¿Podemos motivar indefinidamente a la gente exclusivamente porque los tenemos
entretenidos con la esperanza de que en un futuro lejano puedan cobrar un
sueldo digno?
El asunto de los becarios, muy formados en su gran mayoría,
desmiente la creencia conservadora de que los sueldos son bajos por la baja
productividad y preparación de quien los cobra. La fuga de cerebros que ha
vivido este país es símbolo claro de que el problema es más profundo y tiene
que ver con unas estructuras productivas bastante débiles y dependientes de
actividades de bajo valor añadido. El cambio de modelo todavía está pendiente y
si queremos volver a la época de la burbuja, nos irá muy mal.
Existe otro dato interesante: "El 73% de las personas socorridas son españoles o de algún país
de la UE", señalan en su memoria, en la que aseguran que a Cáritas
"acuden personas procedentes de distintos tipos de barrios ya que la
exclusión social está dispersa". Esto indica que la pobreza se ha
extendido y es transversal a todo tipo de colectivos. Nadie escapa de esta
garra.
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