El periodista musical Diego A. Manrique esto tras conocerse la muerte de Prince: «Permítanme ejercer de abogado del diablo: con una rara perversidad, el mismo Prince ayudó a cargarse su carrera. Rodeado de aduladores y empleados aterrados, se desentendió de mantener su visibilidad en un mercado saturado. Desde la óptica económica, resulta perfectamente comprensible que sacara su música de YouTube y de los servicios gratuitos de streaming aunque, de rebote, se distanciaba del público más joven, que podría haberle descubierto en aquellos vídeos rebosantes de baile y hedonismo».
Hoy en día ya no se descarga música ilegalmente, por lo menos no como hace algunos años. Si quiero escuchar música, pongo YouTube o me adentro en la inmensa base de datos de Spotify o visito la web del artista. Si no estás en la red, tienes difícil que te sigan, tal y como asegura Manrique que le pasó a Prince con esa generación de jóvenes que todo lo visualizan en dispositivos conectados a Internet. Estas plataformas que ofrecen contenidos, que no serán del agrado de algunos artistas, son el producto lógico de la revolución tecnológica que vivimos desde hace décadas y del incremento sin paliativos de la difusión de la información. Que, estemos donde estemos, podamos acceder a contenidos culturales debe ser visto como una oportunidad, y hay que intentar mitigar los problemas asociados a este canal, como no podía ser de otra manera.
Mientras la industria se empeñaba en negar lo evidente, perdía el tiempo acusando a todos los ciudadanos —al hablar de internautas se habla de prácticamente todo el mundo— de ser unos ladrones descerebrados. Cuando se insulta a los internautas, tal y como dijo Alex de la Iglesia en su discurso de los Goya, se insulta al público. «Internet es nuestra salvación», dijo el director de cine. Pero parece que hay gente que no se quiere enterar y se refugia en discursos grandilocuentes sobre el fin de una supuesta civilización que amaba la cultura, sepultada por la falta de respecto de personajillos conectados a un portátil.
No es cuestión del gratis total, eso es una manipulación, sino de adaptar una oferta audiovisual a los nuevos formatos. Si en aquellos países donde Netflix oferta un buen elenco de películas y series las descargas ilegales disminuyen sustancialmente, sólo tenemos que pensar un poquito. Cuando la gente escucha música en YouTube o en Spotify en vez de utilizar el Emule o cuando han bajado los precios de las entradas con la fiesta del cine y las colas eran considerables, estar todo el día diciendo que somos unos piratas desalmados no cuela. Yo grababa discos de mis amigos en casette, ahora escucho música en YouTube y resulta que para muchos soy un pirata. Del mismo modo, voy a la biblioteca a leer gratis y parece que estoy robando, a pesar de comprar decenas de libros al año. Muchos escritores culpan a la piratería de que no venden; menos mal que no dicen que las bibliotecas son peligrosas porque nos permiten leer gratis a muchas personas. Es la paradoja de defender el fomento de la cultura por parte del Estado y la necesidad lógica de obtener beneficio privado por el trabajo repartido entre autor e industria. Supuestamente una biblioteca enriquece un país, pero, para algunos, tendríamos incluso que pagar por sacar un libro de ahí. ¿O no?
Si las webs de descargas ilegales sacan dinero, es tan fácil como ofrecer lo mismo con mejor calidad -no es tan difícil- y con mejores prestaciones, financiado con publicidad —como la tele y la radio— o micropagos —como las cuentas premium de muchos servicios que funcionan. Que en España esté mal visto crear o innovar es otra cuestión, que se menosprecie a los autores —¿realmente se hace?— no nos puede dejar ver la necesidad de trasformar los canales de difusión de ciertos productos culturales. Pero, seamos serios, sigo viendo cada vez más películas y series, más conciertos, más festivales, más gente haciendo cosas y utilizando la red para poder difundir su trabajo. Si la cultura estuviera tan mal, no habría una saturación de contenidos como la hay ahora. ¿Alguien tiene tiempo para ver todo lo que se produce? ¿A algún artista novel se le ocurre no difundir su trabajo en la red para conseguir máxima repercusión?
¿Qué ofrece una web pirata y cómo se debería combatir?
Ver la película en Internet, al mismo tiempo que sale en el cine y a coste cero, sí parece un competidor imposible. Pero, ¿se puede ofrecer un buen servicio premium? ¿Podrían financiarse las web legalmente a través de publicidad y repartir derechos de autor? ¿Podría visualizar una película de estreno a un coste razonable desde el sofá de mi casa o tengo que ir al cine por narices? Este debe ser el debate: cómo generar una oferta adecuada a los tiempos que correnque satisfaga a clientes y autores y ver Internet como un aliado. Pero no se habla de esto, sino que se busca una confrontación total poniendo cánones a los DVD, insultando a los internautas o abjurando de ver películas en un ordenador. Que la red se convierta en un estado de sitio no es la solución.
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