La otra mañana desayunaba leyendoun interesante artículo de Enrique Dans sobre la libertad de expresión en
Internet. Los continuos casos de acoso en Twitter, por ejemplo, con estrategias
de insulto de dudoso gusto, plantean continuamente si todo lo que se le pasa
por la cabeza a cualquiera debe ser emitido con total impunidad en la red. ¿Se puede/debe
controlar la voz de millones de personas cuando atentan contra la dignidad de
las personas? ¿Debe ser la misma comunidad la que denuncie estos casos o la
empresa debe tomar partido de forma eficiente? Es cierto que Twitter tiene una
política contra los acosadores, tal y como se expresa en el siguiente enlace.
¿Es suficiente? ¿Habría que hacer más cosas? Complicado debate.
La libertad de expresión es
sagrada, pero el honor y la dignidad personal también. Además, me parece que
Twitter tiene una gran debilidad en este caso, puesto que se transforma
fácilmente de una plaza pública a un bar a las tres de la mañana lleno de
gritones bebidos. Gestionar esto es básico para la compañía y, según Dans, este
problema está detrás del hecho de que muchas personas hayan abandonado la red
social.
Que se generen oleadas de insultos
y comentarios aberrantes con tanta frecuencia demuestra o que la gente está muy
aburrida o que el malestar social se está canalizando en Internet, tal y como
lo puede hacer en las gradas de fútbol o en los bares. Pero el malestar teñido
de odio sólo genera más odio, sociedades bipolarizadas y tensiones artificiales
que escogen a cualquiera como chivo expiatorio, y esto no es problema de
Twitter, sino de la educación de cada uno. No obstante, esto mismo puede pasar en
cualquier periódico que, con tal de vender, publique noticias vomitivas sobre
cualquier persona. En fin, que nadie está a salvo de que lo acribillen.
Repito que la libertad de expresión
es sagrada, pero nadie se querría ver en el centro de un huracán de comentarios
de acoso y derribo por ejercer un cargo
concreto, aparecer en determinado programa de televisión o tener determinado
color de piel. Es como si justificamos
el bullying mirando hacia otro lado y
pensando que esto es cosa de chavales.
Los insultos y el odio que se
vierten en determinadas ocasiones en las redes sociales deben hacernos
reflexionar como sociedad. ¿Es constructivo pasar el día rajando? ¿Que uno esté frustrado justifica todo? Parece que hablar
de límites de libertad de expresión es cosa de totalitarios, pero, repito,
hasta que te pueda tocar una oleada de injurias sin ningún sentido.
¿Qué pensáis? ¿Debe perseguirse
más el insulto gratuito y destructivo en Internet? ¿Cómo se puede combatir?
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