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La victoria de Trump es el pistolazo de salida de lo que
puede ser una vuelta al proteccionismo más duro. No se trata solo de cuestiones
ideológicas. Es evidente que supone un
problema económico que las empresas se vayan de tu país -incluso en EEUU, donde
el porcentaje de desempleo es muy bajo-.
El nuevo presidente norteamericano amenaza a las empresas
que se deslocalicen con fuertes impuestos si intentan vender sus productos en
EEUU. Es lo que hay. Mientras tanto, una Unión Europea sin cohesión ni rumbo se
enfrenta, como no podía ser de otra manera, a una oleada de movimientos
políticos que aspiran a lo mismo: buscar
al enemigo fuera y cerrar sus fronteras a cal y canto. Es posible que la
presidencia de Trump, el Brexit, y la muy posible victoria de Le Pen termine
con la implosión del euro y con un
retroceso y las políticas de libertad de circulación de personas dentro de las
fronteras de la UE.
La canalización del descontento hacia posiciones de odio ha
sido una constante en la historia de la humanidad. La Segunda Guerra Mundial
nos enseñó que la evolución humana no tiene que ser una línea constante de progreso:
siempre se puede retroceder. Tras
los campos de concentración implantados por uno de los pueblos más cultos del
mundo, ¿Qué podemos esperar en situaciones de incertidumbre y crisis?
La problemática de los refugiados y los movimientos
migratorios se ha convertido en una excusa
para ganar votos. Las soluciones simplistas no hacen más que añadir leña al
fuego. ¿Alguien piensa que cerrando fronteras y poniendo agentes armados
terminará con la desesperación de millones de personas? No solo es ingenuo,
sino que además roza la ignorancia más profunda. Si te arriesgas a venir metido
en los huecos más insospechados de un coche; o atraviesas fronteras andando y sin comida a
temperaturas bajo cero, no le vas a tener miedo a una valla ni a un muro.
El problema no es que
un país proteja a sus empresas. No creo que por ahí vayan los tiros. El
problema es que subyace un racismo constante contra cualquier colectivo que se
pueda convertir en cabeza de turco. Ahora pueden ser los hispanos y los
refugiados, mañana puede ser cualquiera.
Cómo nos acordamos de las palabras de Bertolt Brecht. En la era de la
globalización de las comunicaciones, donde todos vivimos en la aldea global,
parece que nos da miedo relacionarnos
con los demás. Una contradicción difícil de salvar. Cuanto menos distancia hay entre seres humanos, más tierra queremos
poner de por medio.
Muy interesante el artículo, Héctor.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, y recibe un cordial saludo.
Muchas gracias, Pepe.
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