Si algo caracteriza a un político que lleve muchos años
ostentando los máximos cargos de un estado, desde ministerios hasta, como
ahora, la presidencia del gobierno, es que al final se impone cierto
pragmatismo. Rajoy, convocando elecciones autonómicas en Cataluña para el 21 de diciembre, demuestra que se ha dado cuenta del hecho de que
aplicar el 155 al nivel que se pretendía es prácticamente imposible. Cataluña
es una comunidad en la que la Generalitat tiene un peso enorme y en la que el
Estado español tiene pocas competencias y pocos funcionarios con los que
articular la suspensión total del autogobierno. Si se quiere imponer una
suspensión de la autonomía indefinida, se tiene que meter el ejército. Y
entonces sí que iríamos a un abismo económico y social más propio de mediados del siglo XX. Nadie
quiere este panorama (quien lo desee porque considera que cuanto peor, mejor, muestra una gran irresponsabilidad).
Estas elecciones plantean
dos escenarios:
- · Que el bloque independentista no se presente por estar convocadas por el estado español. Esto está descartado porque ya ha mostrado su interés por participar. Es evidente que este escenario llevaba, inexorablemente, a alejarlo de las instituciones y solo dejaría las manifestaciones y la resistencia como forma de participación popular. De todas formas, si un sector independentista no va a votar por no reconocer estas elecciones, los “unionistas” ganarían la Generalitat. ¿Qué pasaría entonces?
- · Que se presenten todos a las elecciones, planteándolas unos como elecciones constituyentes, y otros como una ofensiva contra los separatistas. Pero ojo, que los independentistas vayan a estas elecciones también demostraría que no ha servido la DUI. Si el resultado que sale de las urnas es igual al que hemos tenido en las últimas elecciones, iremos a peor. Si el independentismo baja, seguramente se acusará al gobierno de falsear las elecciones y de fraude. Es curioso, porque el 1 de octubre fue una especie de referéndum sin ninguna garantía que enarbolan como legítimo.
Puigdemont tenía en sus manos convocar elecciones y parar el
155. Rajoy tendría que haber salido públicamente y decir que si se convocaban,
se paralizaría el artículo de la Constitución. Pero hoy en día, con las redes
sociales y el ruido y la furia generados, el president ha preferido ser acusado de desobediencia,
incluso ir a la cárcel, antes que volver a su barrio como un traidor. Podía haber
parado la DUI y proteger el autogobierno. No lo ha hecho y no sabemos hacia
dónde vamos.
La historia está llena de mártires y parece que el gobierno
de la Generalitat, actualmente cesado, tiene muy claro que ese será su papel.
Mientras tanto, no
hablamos ni de corrupción ni de salarios ni de desempleo. El PP estará
tranquilo en ese sentido, puesto que la agenda mediática la ha llenado
completamente Cataluña. Se trata de una victoria del independentismo, pero también un balón
de oxígeno político para un PP acosado por casos de corrupción. Aquí cada uno
va a su bola.
Pero el problema es
que, aunque el separatismo considera que "cuanto peor, mejor" ( o una gran parte de él) está equivocado, al menos en mi opinión. Atrincherado en la idea de
partir un estado y un país como España, con sus reivindicaciones que no entro a
valorar, ha conseguido fracturar a la sociedad catalana y, de rebote,
fortalecer al polo conservador en el resto de España. Romper un país y
conseguir la independencia del territorio requiere consensos muy amplios,
dentro y fuera de sus “fronteras”. Este
aspecto es algo que parte de la izquierda debe entender bien, porque cuando pide
un referéndum pactado lo que está diciendo es que la población de un territorio
tiene potestad para partir el estado en el que vivimos todos. ¿Existen pueblos oprimidos
en plural dentro de España? Un trabajador precario de los arrabales de
Barcelona tiene más que ver con un trabajador extremeño un sevillano precario que con
unas élites que intentan ocultar sus vergüenzas con las banderas.
No obstante, el hecho de que el PP utilice a Cataluña para
ganar votos en el resto de España con sus recogidas de firmas en su día contra el Estatut y un largo etcétera, no facilita la armonía natural que debe existir
entre Cataluña y el resto de los españoles.
En una economía global, abierta e hiperconectada,
necesitamos instituciones fuertes que defiendan el estado del bienestar. Europa
está siendo continuamente golpeada por el desempleo, la precariedad laboral y
una trasformación tecnología que está planteando un cambio de paradigma laboral
y social radical. Sin embargo, estamos hablando más de los decretos de nueva planta que de cómo terminar con el paro. Que no se me malinterprete, soy
un apasionado de la Historia, pero veo poco debate sobre cómo solucionar los
problemas reales de la gente.
España es compleja, la mayoría no somos un grupo de
franquistas descerebrados. Se ve que el independentismo, a pesar de la ventana
de oportunidad que se abrió el 15M, ni arrima el hombro para cambiar nuestro país
consiguiendo mayorías suficientes con un proyecto ilusionante, ni parece que
vaya a conseguir sus aspiraciones. Cataluña
tiene unos niveles de autogobierno bestiales y ahora se encuentra
intervenida y con una sociedad partida
por la mitad. Esa llegada a la república catalana llena de algodones de
azúcar y piruletas se ha demostrado
falsa. El proceso está siendo duro, y solo acabamos de empezar. Mientras tanto,
Rajoy sigue como presidente del gobierno.
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