artículo publicado también en mi blog cultural: Palabras desde el Sótano.
Black Mirror se ha convertido en una de mis series favoritas, sobre
todo de cara a reflexionar -sabéis que lo hago mucho- sobre la relación entre
tecnología y sociedad. Esta cuarta temporada tiene capítulos interesantes.
Desde mi modesta opinión, los que más me han gustado son:
Atención spoiler:
Segundo episodio que muestra a una madre
sobreprotectora que decide utilizar la última tecnología existente para calmar
a padres muy nerviosos: un dispositivo que, implantado en el cerebro del niño,
es capaz de monitorizar todo lo que hace. En una tableta, la madre tiene la
posibilidad de ver y oír lo mismo que la hija, de geolocalizar donde está, de
controlar sus pulsaciones y saber si algo no va bien en su cuerpo.
Además, y esto es interesante, la
madre dispone de la potestad de “censurar” partes de la vida cotidiana para que
su hija esté segura. Así, si la asusta un perro, la progenitora puede hacer que
la hija solo vea una mancha inaudible totalmente inofensiva. Esta funcionalidad
se puede extender a la violencia, la
pornografía, las palabrotas… En fin, una niña criada totalmente fuera de la
realidad que la rodea.
Sin embargo, la chica crece y
empieza a mostrar inquietudes hacia la vida. La madre, que le había dado la
libertad de dejarla de monitorizar, se asusta en el momento en el que se da cuenta de que la chica le miente sobre dónde pasará una determinada
noche. Activa de nuevo la tableta y se entera de los nuevos compañeros de su
hija en ese momento: sexo y drogas. Así, todos los miedos de la madre, como si
fuera el mito de Edipo, se convierten en una profecía autocumplida.
Este capítulo también me ha
gustado. Una pareja que va con su coche tras una fiesta, ambos puestos de todo
tipo de estupefacientes y alcohol, atropellan a un ciclista. El chico convence
a la muchacha para salir huyendo tras deshacerse del cadáver. Muchos años después,
ella es una famosa y bien posicionada arquitecta, casada y con un hijo. Un día,
recibe una visita en un hotel donde se hospeda: es el joven –ya algo mayor- que atropelló al ciclista.
Está arrepentido, ha dejado de beber y ahora está decidido a contarlo todo.
Ella, de los nervios por lo que se le viene encima, lo asesina.
Paralelamente, en la calle, una furgoneta autónoma que reparte pizzas atropella a un joven. La arquitecta se
asoma a la ventana. Ve el suceso.
Pero el capítulo evoluciona de
una forma sensacionalmente tenebrosa. La victima del atropello demanda a la
empresa de las pizzas. La investigadora
del seguro decide emitir un informe para ver si puede determinar quién es el
culpable y cuantificar la indemnización. Busca testigos y, gracias a una nueva
tecnología, accede a sus recuerdos de la noche de autos. Pero, ¿qué pasará
cuando llegue a visitar a la arquitecta?, ¿ qué dirá su cerebro sobre lo que
hizo?
Por lo demás, el resto de
capítulos no están mal, pero no me han impactado tanto como los dos anteriores.
Me gustaría conocer vuestra opinión: ¿qué capítulo os ha gustado más?
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