domingo, 22 de septiembre de 2019

La costumbre de repetir elecciones



Llevamos muchas elecciones en los últimos cuatro años y siempre digo lo mismo: si las fuerzas de la oposición no se ponen de acuerdo, el partido más votado debería gobernar automáticamente y, entonces,  caminar hacia un escenario en el que se pactarían leyes y presupuestos con un debate abierto a la ciudadanía. En caso de que tal gobierno no pudiera avanzar en nada, sí iríamos a elecciones, pero no unos meses después de las últimas, dando la sensación de que al final todo depende de repartirse sillones o de “quítate tú para ponerme yo”.

A veces me da la sensación de que pasa como cuando de niño ves una película en la que muere el protagonista y vuelves a verla por si el final cambia.
Votamos y los resultados dieron un mensaje, pero los partidos han decidido cansar al personal. Este cansancio tiene un efecto evidente:
  • -          Fortalecer el bipartidismo y la concentración del voto ante la imposibilidad de acuerdos.
  • -          El aumento de la desafección que siempre favorece al orden establecido e impide los cambios hasta que los problemas son mayúsculos y revienta una crisis.
  • -          La satisfacción de los fanáticos de cada partido que, por lo general, nunca quieren pactos, sino gobernar por goleada.


El voto útil tanto a izquierda como a derecha es, quizás, lo que  tiene más posibilidades de ocurrir.  Esto supone un incremento de la fuerza del PSOE y del PP, los partidos “viejos”, con tantos problemas a sus espaldas, pero que parece que resisten bien los golpes y se mantienen igual que el boxeador mareado por los ganchos todavía capaz de devolver golpes. Enfrente, el resto de partidos, que seguramente se enfrentan a un futuro incierto, sobre todo Unidos-Podemos.

El dilema de Unidos-Podemos es igual al dilema del prisionero. Si le da todo el apoyo al PSOE, sin pedir nada, perdería votos, tanto de los que votaban antes al PSOE como de los que piensan que nunca hay que llegar a nada con el partido de Pedro Sánchez. No obstante, si no llega a acuerdos, se enfrenta  a otra disyuntiva, tal y como sufrió Izquierda Unida en la época de Anguita cuando se le acusaba de hacer la pinza con el PP para bloquear al PSOE. Elija lo que se elija, encuentra problemas.
Mi opinión es que Unidos-Podemos tenía que haber votado sí a la investidura, presentar un plan de medidas, negociarlas y, si no se llegaba a acuerdos, votar en contra de los presupuestos. Esto hubiera llevado a Pedro Sánchez a buscar acuerdos con las fuerzas conservadoras, que tampoco están por la labor de llegar a nada porque eso supone pérdida de votos. El escenario, aunque fuera de elecciones, hubiera sido sensiblemente diferente. Pero esto son especulaciones.

El PSOE nunca ha querido un gobierno de coalición; todo ha sido una pantomima para presentarse a las elecciones como la única fuerza progresista capaz de frenar a “las derechas”.

Una cosa es clara: en España se vota más, desgraciadamente, en contra de un partido que a favor de unas políticas. Ante la emergencia de fuerzas como VOX, mucho voto progresista volverá al PSOE y, ante el crecimiento del PSOE, mucho voto conservador volverá al partido liderado por el señor Casado. Negocio “redondo” (entrecomillo Redondo por el apellido del principal asesor de Pedro Sánchez).
 Mientras perdemos el tiempo con estrategias de imitadores de Juego de Tronos, no hablamos de empleo, ni de cambio tecnológico, ni de educación, políticas sociales, cuestiones territoriales o medioambientales. No hablamos de nada, solo escuchamos el vocerío.



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