Tras el referéndum de Escocia nos hemos dado cuenta de que no se ha acabado el mundo.
Algunos pensarían que si los escoceses hubieran dicho que se querían separar
del Reino Unido, el apocalipsis estaría cerca acechándonos a todos los
europeos. Pero, quién sabe, la democracia debe estar por encima de los profetas
y los agoreros.
Antes del
Referéndum se fueron planteando en la
prensa una serie de preguntas que establecían serias dudas sobre el futuro de
la Escocia independiente. Digo dudas no en sentido negativo. Cuando se quiere
construir un país, hay que barajar todos los posibles escenarios desde la
racionalidad y el sentido común.
Paso a enumerar algunas de esas cuestiones que
ya publicó en su día el diario El País:
·
En una Escocia independiente, ¿será necesario el pasaporte para
transitar desde el Reino Unido?
- · ¿Qué pasará con la moneda? ¿Se mantendrá la libra?
- · Y la deuda pública, ¿cómo se repartirá?
- · ¿Tendrá ejército propio?
- · ¿Contará con bolsa de valores?
- · ¿Entrará una Escocia independiente en la UE, la OTAN y la ONU?
Parece
que, por ahora, no se tendrán que enfrentar a estos dilemas, aunque Cameron ya
ha prometido más autogobierno para Escocia haciéndonos a todos ver que, fuera
el resultado que fuera, Escocia y el Reino Unido entrarían en una nueva época
de relaciones.
El
debate entre unionistas e independentistas ha sido modélico -según nos
informan-. Cada uno expuso sus argumentos en un debate público que muchos
países-hablo del nuestro- querrían tener sin las connotaciones sentimentales y
radicales de algunos. Si un grupo de personas con unas características
culturales que objetivamente lo convierten en nación decide un día querer tener
estado propio, lo normal será escucharlo. Como en Quebec, Escocia ha decidido
seguir unido; no siempre un referéndum independentista lo gana el que se quiere
marchar. De hecho, algún día tendremos que hablar en España del caso deCataluña -por ejemplo- sin aspavientos, violencia o insultos. En fin, soñar es gratis.
La viabilidad
económica de los estados pequeños en una economía globalizada es difícil, a no
ser que tenga alguna industria que llene sus arcas, como, por ejemplo, petróleo
que, según los favorables a la separación del Reino Unido, daría para financiar
políticas sociales.
Tras el
fracaso del euro y el austerticio, es normal que se expanda la sensación de que es mejor disponer de una soberanía
monetaria lo suficientemente autónoma como para no depender de los dictámenes
de Alemania y el BCE. Esto también puede extenderse a naciones dentro de
estados plurinacionales, que pueden pensar que sus gobiernos centrales no son
lo suficientemente sensibles a las reivindicaciones económicas, sociales y
culturales de determinados territorios.
La
gente ha votado y todo sigue igual. ¿O no? Los sentimientos nacionales son algo
que nadie puede eliminar, por mucho que se empeñen. ¿Supondrá esto nuevas
fronteras?, ¿nuevas administraciones?
Sinceramente,
no lo sabemos.
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