Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario
Internacional, ha sido imputada en un caso de corrupción supuestamente
perpetrado en su época como ministra de Sarkozy (entre 2007 y 2011). Lo curioso es que el hecho en cuestión está
relacionado con una indemnización millonaria que cobró un empresario amiguete
del antiguo presidente galo.
Es evidente que, mientras se solicitan recortes y medidas
draconianas para las capas más sensibles y débiles de la sociedad, el círculo
cercano al poder político y económico siempre tiene un buen colchón donde caer,
si es que cae, y una buena sombra en la que cobijarse para no verse afectado
por el sistema económico que, en teoría, tanto defienden.
La capacidad de hacer negocios de muchos está directamente
relacionada con sus contactos políticos, de ahí que no haya que sorprenderse
cuando muchos antiguos cargos públicos terminan en consejos de administración
de grandes empresas, muchas de ellas privatizadas en tiempos en los que
ostentaban posiciones de responsabilidad. El circuito del poder funciona en
red, como comenté en su día en esta charla.
¿Qué podemos hacer ante esta doble vara de medir? Pedir más
transparencia y ser críticos con el poder, pero veo que hay gente que aspira
más a tener purezas ideológicas semirreligiosas que plantear verdaderamente
cambiar las cosas convenciendo a la ciudadanía en general. En fin, mientras
unos gobiernan, otros se pelean para ver quién es el portador de la verdad
revolucionaria absoluta, y así nos va.
El FMI se ha caracterizado por aplicar, o pretender aplicar,
medidas con un coste social tremendo. ¿Por qué debemos de destruir el estado
del bienestar cuando las élites gobernantes ni siquiera saben lo que es
competir en un mercado abierto? ¿Por qué tenemos que privatizar cuando los
monopolios y oligopolios que se crean terminan teniendo los mismos defectos, si
no más, que cuando eran públicos? ¿Quién se beneficia de bajar el salario
mínimo? ¿Y de ampliar la edad de jubilación? Desde luego, la población en
general no.
Lagarde tiene un sueldo superior a los 300.000 euros, una
barbaridad. ¿Es moral solicitar que un salario mínimo de 700 euros en España
sea bajado? ¿Es demagógico criticar al FMI, mientras que defender sus medidas -que
a sus miembros no les afectan- es de tecnócrata moderno?
La cuestión es muy clara: la indecencia campa a sus anchas
por el poder, mientras, repito, los que supuestamente deberían plantear
alternativas siguen midiendo su grado de izquierdismo golpeándose el pecho con
la fuerza del ardor guerrero.
Qué gran película fue “La vida de Brian”.
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