Que
nadie se lleve a engaño, la política tiene mucho que ver con el ajedrez, aunque
nos empeñemos en verlo como un juego pasional e irracional más propio del
sentir religioso. No digo que el sentimiento no sea importante (de hecho, es el
que nos impulsa a actuar), pero al final, como siempre, es la estrategia la que
predomina y la que, en última instancia, puede ayudar a un colectivo a
conquistar el poder. Como bien se sabe, la política es la solución pacífica de
los conflictos que surgen en una sociedad. Podemos decir que, por un lado,
tenemos al poder, que ejerce sus “políticas” concretas con capacidad de
coerción -aunque, como dice el sociólogo Manuel Castells, el poder no sólo es
el Estado, sino una red de retroalimentación permanente compuesta a su vez de núcleos
financieros, culturales, etc.- y, por otro lado, el contrapoder, o aquellos que
aspiran a cambiar la correlación de fuerzas.
Esto es
común para cualquier régimen, sea democrático o dictatorial. Unos mandan y
otros quieren mandar, y a muchos no les queda más remedio que obedecer. Lo que
ocurre es que en democracia eso se canaliza por vías electorales y, para que
todo funcione bien, también es necesario que haya pluralismo, libertad de
expresión y un largo etcétera de derechos y libertades fundamentales en los que
no voy a ahondar pero que consideramos que son las reglas del juego. Dentro de
esas reglas, como muchas veces pasa, hay cierta tendencia a favorecer al
“ganador”, como sucede con una ley electoral que prima a las mayorías o el control
- cada vez más complicado gracias a Internet- de los medios de comunicación. A
través de la comunicación se crea la legitimidad cultural que necesita
cualquier sistema político; solo con la coerción no es suficiente.
Sigamos con la solución de conflictos. Dentro de
tales, en España tradicionalmente se han
expuesto algunos clásicos -en ciencia política se les suele llamar “cleavages”,
pero no es necesario aprenderse este vocablo-, como pueden ser los siguientes:
república-monarquía, religión-laicismo, centralismo-descentralismo- o el típico
y tradicional de toda la vida, no sólo común en nuestro país, “¿tú que eres: de
izquierdas o de derechas?” ¿Son exclusivistas? Teóricamente sí. Uno no puede
ser monárquico y republicano a la vez. Quizás algún político del Congreso lo
sea, pero no es lo normal. Sin embargo, uno puede ser creyente y considerar que
el estado debe ser laico, porque el conflicto se establece entre el poder de la
Iglesia y su interés por acaparar recursos del estado.
Los “cleavages”
pueden hacernos creer que la mitad del país es de un bando y la mitad es de otro.
La idea de las dos Españas está muy incrustada en nuestras mentes. Tras la
caída del muro de Berlín, la entrada en el euro, Maastrich, el neoliberalismo, la
crisis actual que muchos expertos enlazan con la crisis del régimen del 78, el
15M, etc., podemos ver cómo hay un conflicto que no entra dentro de los
encuadres tradicionales pero que, al fin y al cabo, es el de toda la vida: el
del 1 y el 99%; el de las élites que se enriquecen y la mayoría social; el de
la casta y el pueblo. En resumidas cuentas, unos pocos que viven muy bien a
pesar de la que está cayendo, y unos muchos que hacen lo que pueden para llegar a fin de mes. ¿No es más propio, por tanto, establecer este
conflicto, hacerlo latente, plantear alternativas y posibilidades de mejora?
¿No debe ser este el verdadero reto?
Si para
hacer política necesito construir mayorías, es evidente que una opción política
que pretenda ofrecerse como un cambio “de izquierdas” ante “el pueblo español”
debe tener en cuenta que no todo el mundo tiene la formación política de un
activista consolidado, que es posible que pueda estar de acuerdo con el estado
del bienestar desde el punto hasta la coma, pero tenga miedo -un sentimiento
humano y muchas veces motivado por el que tiene poder- de que todavía pueda
terminar peor si “algunos” se hacen con el poder. También es probable que un desempleado
u obrero prefiera ver un partido de fútbol -muy legítimo- que leer a Gramsci-
también lo es-. Pero eso no quiere decir que sea un alienado sin conciencia de
clase, simplemente tiene bastante con afrontar sus preocupaciones. Sucede lo
mismo con una familia que va a ser desahuciada: no tiene que motivarse mucho
por ver una bandera republicana, ni rememorar los clásicos marxistas. Su
problema es aquí y ahora y necesita ayuda.
Este
contexto es el que ha aupado a organizaciones fuera del partidismo político,
como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, que han sabido afrontar una
situación grave desde el activismo social. ¿Dónde encuadramos estos
movimientos, si nos atenemos a los “cleavages” anteriores? O, mejor dicho, ¿es
necesario etiquetarlos? ¿No sería contraproducente? ¿Existe una canalización
institucional para ellos o deben crearla?
Según nos han dicho, se supone que atravesamos una situación
social espeluznante debido a que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
¿Quiénes? Y las medidas impuestas por la Troika (Comisión Europea, el Banco
Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), con el consentimiento de
socialdemócratas y conservadores, están provocando una devaluación salarial que,
ya ha advertido la OCDE, no nos va a llevar a ningún sitio bueno. Sin embargo,
estas mayorías políticamente representadas hablan de izquierdas y derechas. Si
se parecen mucho, dicen que es por la razón de estado, pero dicha razón a veces
no responde a criterios objetivamente pensados para el bien de la mayoría
social de la Unión Europea. Cuando la directora
del FMI, por poner un ejemplo, que cobra más de 200.000 euros al año, pide
moderación salarial, de nuevo, saltan a la palestra el 1 y el 99%, una manera muy ilustrativa, directa y
comunicativa de llegar a la gente. Lo mismo que cuando nos referimos a las
puertas giratorias.
Repito, jugar al ajedrez requiere establecer estrategias. No
porque alguien considere que tiene más razón moral, lo va a seguir más gente.
Dos ejemplos: la Alemania de los años 30 con el auge del nazismo y la fuerza
creciente que está cogiendo el Frente Nacional de Le Pen, sobre todo entre las
clases populares. Antes y ahora han existido grupos que creen en las leyes de
la historia y en el inexorable acaecimiento de la Revolución popular, mientras
que otros conspiraban y conspiran para conseguir y/o mantener el poder.
Modificar las formas no significa cambiar el fondo del mensaje,
pero parece que hay miedo, desde determinadas formaciones políticas, a
gobernar. Señores, quien se presente a las elecciones y no quiera asumir responsabilidades
de gobierno, que se vaya a su casa. ¿Para qué votamos entonces?, ¿para perder?
El ensalzamiento de los perdedores está muy bien para la literatura y el arte,
pero aquí se trata de transformar la sociedad en algo mejor y, para ello, no
queda más remedio que asumir contradicciones, pactar, dialogar y lo que haga
falta mientras no se traicionen determinados principios éticos.
Concluyendo, seguramente no lo he detallado del todo bien,
pero creo que ésta es -por lo menos, así lo han establecido sus líderes más
renombrados, como Pablo Iglesias- la estrategia de Podemos. Conceptos
inclusivos -casta versus mayoría social- frente a otros más excluyentes. Si
sirve o no, todo es cuestión de tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario