Esa es la parte buena; la parte no tan buena es un incremento de la inseguridad y de la precariedad.
Las empresas están obligadas a competir en ambientes tremendamente complicados y la pauta más común es subcontratar servicios específicos cada vez que necesiten de un profesional. Esto puede ser una ventaja para muchos, pero también supone el fin de la seguridad tal y como se concebía hasta no hace tanto. Si bien el modelo post segunda guerra mundial, ligado al estado del bienestar, planteaba el puesto de trabajo como algo fijo, dentro de una misma empresa y que duraba hasta la jubilación, hoy en día esto ha cambiado.
Hoy, el profesional es el encargado de plantearse su propia carrera, de formarse, de generar capital social y valor por sí mismo. Convertirse en referente ya no depende de que un solo contratador te incluya en su plantilla y te promocione, es necesario trabajar para varios clientes para conseguir completar un sueldo. Sin embargo, como os comentaba, el ambiente flexible también desencadena una fuerte precariedad, caracterizada por trabajos temporales y muy mal remunerados que dificultan, si cabe, que el trabajo sea sinónimo de vivir con dignidad.
La sociedad red, a la que Castells hace referencia, se caracteriza porque vivimos sumergidos en cambios que se producen a una velocidad lumínica y que nos obligan a innovar, adaptarnos a las nuevas pautas de consumo y afrontar nuevos retos por parte de las empresas y, cómo no, de los profesionales.
Según el artículo, en EEUU “cerca de 53 millones de estadounidenses trabajan hoy de forma independiente, formando parte de la economía freelance como profesionales a tiempo parcial, temporales o multitarea. Cada vez más organizaciones confían en este modelo de trabajo y en los profesionales que se acogen a él”. Era evidente que no tardaría mucho en llegar a Europa este modelo.
Ulrich Beck, en su afamado libro “Un nuevo mundo feliz”, determina que este proceso más que flexible es precario, un contexto que caracteriza a países en vías de desarrollo como Brasil. De hecho, el sociólogo llama “brasileñacización” de occidente al proceso mediante el cual modelos de precariedad laboral propios de este país se trasladan a occidente: pésimas remuneraciones, temporalidad, etc.
Como en todo, en el punto medio está la virtud. Si bien es cierto que es necesario facilitar la flexibilidad para afrontar los constantes cambios en el mercado, al día de hoy, las instituciones públicas se tienen que encargar de la seguridad que antaño daba un sueldo fijo. Si trabajar no te da para comer, a ti la flexibilidad te importa un comino. Y la exclusión de muchos, al final, es un fracaso del sistema.
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