Estudiar, formarse, hablar idiomas… Todo está muy bien; pero,
sin contactos, la cosa está aún más difícil en España. A la hora de buscar
empleo, más vale conocer gente. No lo digo yo, lo refleja el Instituto Nacional
de Empleo.
Según un artículo del Blog Salmón, haciendo referencia al
módulo sobre situación laboral publicado por el INE, para “el 46,71 % de la
población (incluyendo tanto a los nacidos en el país como a los inmigrantes) familiares,
amigos y conocidos parecen ser la principal vía para conseguir un trabajo en
nuestro país”.
En segunda posición a la hora de conseguir un empleo y para
un 22,21 % de los asalariados, se encuentra el contacto directo con el empleador.
O sea, echar currículum, presentarte, llamar a las puertas.
Por último, lo cual indica un fracaso absoluto de las
políticas activas de empleo, está la intermediación llevada a cabo por los
servicios públicos. Sólo colocan al 2,5 % de los asalariados. Más
allá de los debates ideológicos de si hace falta privatizar o lo dejamos todo como
está, es necesario transformar las políticas de empleo y las instituciones
dedicadas a gestionarlas de pies a cabeza. Debemos analizar en profundidad qué
se hace con el presupuesto en orientación, formación, intermediación y
fomento de la contratación. Urge dar una solución a esto o, si no, la
sociedad en su conjunto verá cada vez menos necesario el mantenimiento de un
servicio público de empleo (si no lo ha hecho ya). Y no me sirve defender lo
público aunque no funcione. Es obligatorio que sea eficaz, eficiente y que
cumpla objetivos; dejémonos de gaitas, lemas
y consignas. Hechos, no palabras.
La primera idea que
os puede surgir con estos datos es que nuestro mercado de trabajo no es todo lo
meritocrático que debería ser. La endogamia está en nuestro ADN, tal y como ya
nos contó Montserrat Conesa cuando comparamos el mercado laboral británico y el
español.
En España, el amiguismo y el compadreo se ponen muchas veces por encima
de la profesionalidad, pudiendo ver casos notables de grandes profesionales que
se encuentran o bien infravalorados o bien en paro, mientras que hay personas
que ocupan puestos que se les quedan grandes. ¿Será que hay gente mediocre que
no quiere que le haga alguien mejor la competencia? No lo sé con certeza, pero
cuando un individuo tiene un puesto de responsabilidad a veces se le sube mucho
a la cabeza y piensa que es un crack porque sí.
Me pregunto si
realmente nuestras empresas privadas se rigen por estos criterios de confianza
porque prefieren gente conocida a mala por conocer. Es lógico que cuando se
quiere contratar a alguien se prefiera
una persona con buenas referencias y, a poder ser, conocido. Así la
valía ya se tendrá por descontado.
Con la cantidad de paro que hay en España es difícil que no
conozcamos a alguien que se encuentre en desempleo, lo que hace que, de
enterarnos de una oferta, rápidamente nos acordemos de algún conocido o amigo
que podría ocupar ese perfil. Pero si ese lazo de confianza se pone por encima
de los méritos, la capacidad y la formación, entonces nos encontramos en un
laberinto que nos dirige al patetismo.
De todas formas, creo que lo importante es adaptarse a esta
situación de forma crítica e intentar que nos conozcan por nuestros méritos y
profesionalidad el mayor número de personas posible. Hazte con tu propio blog y web, una tarjeta de visita, construye buenos
perfiles en redes sociales y despega. Pero, ojo, hacer contactos quiere
decir que tu reputación sea conocida por
quien la pueda valorar. A veces, nos preocupamos de que todo el mundo sepa qué
hacemos en nuestro ámbito profesional. Creo, y la experiencia me lo está
demostrando, que es un error. Es necesario seleccionar muy bien tu público
objetivo -empresas y personas que se mueven en tu ámbito laboral de interés-,
para poder así ser observado o detectado por quien valore tu currículum de
verdad.
El objetivo debe ser tejer una red de confianza que te pueda
ayudar en tu búsqueda de empleo.
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