Los tweets de
Zapata, exconcejal de cultura de Madrid, le han llevado a una de las más
rápidas dimisiones que se conocen. Apenas unas cuantas horas ha durado en el
cargo.
¿Debía dimitir? Los mensajes que lanzó sobre el holocausto
judío y otras muertes y atentados, aunque tuvieran un contexto, no hacen gracia
y menos si una persona pretende ser cargo público. Estoy seguro que Zapata no
es racista ni antisemita, no me lo parece, pero uno tiene que saber ser
prudente. Las formas son importantes aunque hace unos cuantos años este hombre
no tuviera en su cabeza meterse en política. Su dimisión parecía inexorable
viendo las presiones de todos los partidos en la oposición, a pesar de las
disculpas públicas de Zapata, que asume que lo que hizo no fue correcto por muy
posmodernos que nos pongamos. Si
realmente no piensa lo que escribe y ahora se le culpa de lo que no es, no deja
de ser paradójico y creo que hasta injusto. Pero es evidente que en 140
caracteres no se puede explicar con profundidad lo que uno pretende ni permite
analizar con rigurosidad científica las ideas que se quieren defender.
Dicho esto, quizás haya que seguir reflexionando sobre los
límites del humor, los límites de la libertad de expresión y, por qué no, lo
mal que utilizan muchos las redes sociales. Charlie
Hebdo puede hacer un chiste y todos defendemos la libertad, a pesar de que
sus viñetas son claramente ofensivas para un número enorme de personas. El
humor, que casi siempre puede molestar a alguien, no justifica, en mi opinión, comentarios
toscos fuera de lugar. Pero no puedo evitar acordarme de Woddy Allen y otros por el estilo, cuya ironía ha tocado
todos los temas y nadie diría que son antisemitas. Lo de Zapata, ¿eran
comentarios ideológicos o ironía crítica? ¿Justifican el supuesto debate sobre el humor negro
sus tweets? Según respondamos, así
sabremos qué responsabilidad tiene que asumir.
Twitter calienta
mucho a la gente y luego vienen las
consecuencias. Arrepentirse parece que
ya no es suficiente y esto da miedo, porque podemos equivocarnos todos.
Todavía no somos conscientes de que las redes sociales han amplificado
nuestras palabras a límites nunca conocidos y que eso queda en la Red para
cualquier avispado que lo busque. Somos
dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.
Aprovechando los tweets
de Zapata, los ataques al recién estrenado gobierno de Manuela Carmena no han
tardado en venir. Creo que la legislatura será tensa, pero si la alcaldesa de
Madrid consigue liderar un buen proyecto presentando resultados interesantes a
la vez que motivadores, es posible que no desilusione a los que la votaron,
aunque siempre dependemos del listón que muchos ponen a los políticos. A lo
mejor se espera la revolución y no llega a tanto.
En un país donde no dimite nadie y con los casos de
corrupción tan lacerantes que tenemos, sacar las cosas de quicio por unos tweets desafortunados que no tenían la
intención que se les quiere dar no lleva a nada. Es muy esperpéntico.
Otro elemento que quiero resaltar es la cuestión de la marca
personal, si nos ponemos a analizar todo lo que está pasando desde un punto de
vista estrictamente profesional. Comentarios a tontas y a locas o no saber
gestionar la información que emitimos, como en su día también le pasó al director
de cine Nacho Vigalondo (por cierto, con un chiste sobre el holocausto similar) puede destrozarnos la carrara
de por vida. Es el problema de no
discernir bien redes profesionales de personales, no separar la vida privada de
la pública y laboral y aplicar sentido común con poco criterio. O directamente tuitear con unas cuantas copas encima y
querer ir de guay supermoderno que grita en Twitter
sin parar, como vemos que pasa todos los días.
Las redes sociales son un gran foro para mejorar la
democracia, según sostiene el sociólogo Manuel Castells. Sin embargo, como
todo, su mal funcionamiento puede hacer que se parezca cada vez más a un bar a
las 5 de la mañana lleno de gente desquiciada diciendo burradas. Vamos muy
rápido y hay que pensar más.
Para concluir, otra reflexión: la obsesión por lo que se
escribe en las redes puede llevarnos a plantear una serie de cuestiones sobre
las que trata Enrique Dans en su blog:
“¿Tiene algo de bueno
hacer que cualquier ciudadano, sea o no político, tenga que pensarse el
escribir algo en Twitter si su abogado no está presente? ¿Tiene sentido someter
a ese minucioso escrutinio a toda persona que pretenda asomarse a la vida
política? ¿Es bueno privar a la sociedad de los aportes que muchas personas
válidas podrían haber hecho en caso de ser propuestos para un cargo público?
¿Es mejor que solo puedan dedicarse a la política aquellos que siempre han
mantenido una exquisita prudencia en su comunicación en redes sociales, o que
cuentan con asesores específicamente encargados de ello? ¿Pretendemos que todo
aquel que se plantee iniciar una carrera en el mundo de la política tenga que
eliminar todas sus cuentas “por si acaso” no resisten esa especie de
malintencionada “prueba del pañuelo”? ¿Es así como pretendemos dotar de
transparencia a la vida política?”
Para reflexionar:
Sobre los borrados en Twitter
del señor Carmona:
http://www.enriquedans.com/2015/06/esqueletos-en-el-armario.html
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