La puesta en escena a la americana de Pedro Sánchez, con
bandera gigante incluida, está insertada dentro de lo que parece una estrategia
orientada a atraer voto del centro y del centro-derecha español. Tras los
pactos entre PSOE y Podemos, e incluso con nacionalistas, la idea del líder del
PSOE de apelar al patriotismo puede verse desde una doble perspectiva:
reivindicar una bandera para que no siga siendo sólo símbolo de la derecha y,
de camino, emerger como un partido de Estado
que puede gobernar en cualquier momento vertebrando España.
Frente a Podemos, el PSOE quiere aparecer como un partido
nacional, serio, responsable y capaz de gobernar desde la moderación. En este
sentido, Podemos también busca, modulando a la baja su programa y su discurso,
atraerse a ese votante algo conservador (pero no tanto como para ser
abiertamente de derechas ni lo suficientemente crispado e indignado como para
apoyar a una fuerza totalmente diferente) que tiene miedo de los cambios
drásticos. ¿Quién ganará en esta estrategia? No olvidemos que Ciudadanos
también juega su rol pactando con el bipartidismo cuando toca con la excusa de
la estabilidad.
No obstante, si España siempre se ha situado, según el CIS,
en el centro- izquierda y ahora con la crisis todo apunta a que nos enfrentamos a un giro aún mayor hacia esas posiciones
ideológicas, la estrategia de Sánchez es posible que no tenga tanto atractivo
para los votantes clasificados abiertamente como de izquierdas. Además, no
sabemos si en Cataluña el PSC podrá cosechar mejores resultados tras su
descalabro con esta reivindicación de la nación española, porque todos sabemos
que beneficiar tampoco le beneficia.
Por otro lado, no me parece que el principal problema de los
españoles sea la cuestión nacional. Por lo general, tras la bandera se pretende
esconder otra realidad que sí es la que escuece a los españoles, un escenario
caracterizado por el paro, la corrupción, la precariedad laboral o la pobreza.
En resumidas cuentas, a nuestros compatriotas
les preocupa realizar su proyecto vital más allá de los sentimientos
nacionales. El debate, por tanto, pivota alrededor de esta pregunta: ¿cómo
mejorar la situación socioeconómica de nuestro país? Puede que se genere una
polémica porque se pite el himno de España en un partido de fútbol, pero, ¿cuánta
gente pierde el sueño por eso y no, por ejemplo, por no poder pagar la luz?
El golpe de efecto de la bandera en realidad ha sido otro: atraer
el foco mediático hacia Sánchez, que, junto con el abrazo a su mujer en pleno
mitin, pretende emerger como un nuevo Obama hispano. No lo veo mal, o sea, me parece
que las campañas mediáticas son algo interesante para analizar y el marketing
político tiene su importancia, no lo pongo en duda, máxime cuando vivimos en la
era de la información y de la imagen. Que se hable constantemente de la bandera
y del PSOE consigue diluir, en cierta manera, todo el terremoto generado tras
las elecciones locales y autonómicas y pone el pie en el acelerador hacia la
campaña electoral. Eso sí, en la política actual, todo humo se diluye rápido y
afloran los verdaderos dilemas.
Para concluir, me gustaría hacer una reflexión general: ¿qué
se considera moderado políticamente hablando? ¿Rescatar un banco es más de
centro que impedir que una familia se quede en la calle tras un desahucio? , ¿es
más moderado subir el IVA que el IRPF a las rentas más altas?, ¿reformar el
artículo 135 de la constitución no es de izquierdas ni de derechas? Al final,
el centro político se sitúa donde el discurso hegemónico lo quiera ubicar, y lo
que parece muy radical hoy, puede no serlo mañana. El sufragio universal era
cosa de revolucionarios hace unas cuantos lustros y, en la actualidad,
otro ejemplo podría ser el matrimonio
homosexual, que parecía que iba a poner en peligro a la familia -provocó
manifestaciones en la calle y Zapatero pasaba por un bolchevique por esta ley-
y al día de hoy se ha aceptado con total
normalidad.
El centro puede moverse como un péndulo.
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