Insertamos miles de datos en portales. Nuestras redes sociales dicen más de nosotros de lo que pensamos. Cuando hay un problema o vemos que nuestra privacidad está en entredicho, sale a debate el poder de los algoritmos. Pero, ¿son neutrales?
En una entrevista que leí hace poco en El País, una famosa matemática establece que los algoritmos no son más que opiniones encerradas en matemáticas. Los algoritmos responden al comportamiento humano, a nuestras decisiones y a nuestros prejuicios.
La pandemia, como ya pasó tras el atentado contra las torres gemelas, nos enfrenta a un escenario en el que la privacidad y la libertad se ven de nuevo heridas en nombre de la seguridad. Siempre digo que, como apunta Bauman, estos son términos antagónicos: más seguridad es menos libertad y viceversa. Se trata de una difícil armonización que, como el filósofo Antonio Escohotado siempre comenta, funciona como las hélices del ADN: hay momentos que queremos libertad, pero de golpe nos plegamos ante los dictámenes de la seguridad.
Un algoritmo puede decidir si se te contrata, pero previamente los humanos establecen, por ahora, los patrones. No hay algoritmos que odien o discriminen: hay personas que piensan así. Lo que ocurre es que el gran negocio de los datos, ese big data, no nos deja ver el bosque y pensamos que lo números hablan por sí solos y que no hay que interpretarlos. Es muy difícil predecir lo que el ser humano hará; solo podemos ir generando escenarios, proyectar posibles situaciones y prepararnos por si acaso.
Lo curioso es que, por ejemplo, la seguridad en esta pandemia depende de que todos nosotros cooperemos por el bien común. El sálvese quien pueda nos mataría . Por tanto, si surge una app de trazabilidad de los infectados que sea voluntaria, mucha gente no la utilizará poniéndonos en riesgo a todos. Por otro lado, si el estado, como en China, obliga a su uso, podría ser opresiva para nuestra libertad. En una democracia no existen libertades y derechos absolutos, tenemos también obligaciones. Una democracia es repartir poder y defender los derechos humanos, pero, cuando hay una guerra, todo pivota en torno a la amenaza. El fin justifica los medios.
Soy negativo sobre las consecuencias que esta crisis tendrá en nuestras sociedades. Preocuparnos por ir de bares y a la playa, por encima de lo que nos viene, me parece superfluo, aunque me digan que el sector turístico crea mucho empleo. Nos enfrentamos a una pandemia de la que poco conocemos y que, por lo que parece, todavía puede dar letales coletazos. Además, la situación de EEUU, nación sumergida en su mayor crisis económica y social en muchas décadas, puede plantearnos la caída del imperio, como en su día ya pasó con la Antigua Roma. ¿Qué pasará cuando exista un vacío de poder?
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