Estas semanas he estado sumergido en el
interesante libro de David Harvey Breve
historia del Neoliberalismo. En los tiempos que vivimos, asolados por
los recortes y las privatizaciones, es bueno tener una idea crítica de lo que
supuso y supone el neoliberalismo no sólo como ideología, sino como práctica
política. Harvey recoge la siguiente definición de neoliberalismo:
“El neoliberalismo
es, ante todo, una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la
mejor manera de promover el bienestar del ser humano, consiste en no restringir
el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del
individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de
propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad”.
Podemos decir que la teoría neoliberal
arranca con una serie de economistas, filósofos y profesores
universitarios reunidos alrededor del austriaco Friedrich von Hayek, autor, entre otros libros, del famoso Camino de servidumbre. Este grupo
creó la Mont Pelerin Society en 1947, como asociación en defensa de sus
ideas. Los miembros no se reconocían como neoliberales,
sino como liberales a secas, tendiendo a una tradición liberal que se retrotrae
no sólo a Adam Smith, sino también a Tocqueville y a los padres fundadores de
EEUU. Sin embargo, no podemos obviar que la etiqueta neoliberal “señalaba su
adherencia a los principios de mercado libre acuñados por la economía
neoclásica, que había emergido en la segunda mitad del siglo XIX”, como bien señala
Harvey.
Tras el crash del 1929 , las teorías económicas keynesianas eran las más populares entre
los gobiernos. Hasta Richard Nixon dijo una vez: “Ahora, todos somos
keynesianos”. Estas teorías se basan en la intervención del Estado para ayudar
a aumentar la demanda de bienes y servicios y, así, fomentar la creación de
empleo. La doctrina neoliberal se enfrentó de lleno al keynesianismo con su intervencionismo
y los altos impuestos que le eran inherentes.
Así que las corporaciones -éstas son círculos
de empresarios y gente adinerada- empezaron a financiar diferentes Think-Tanks relacionados con las teorías neoliberales. A pesar de
la financiación, este movimiento estuvo totalmente marginado hasta la década de
los 70.
Cuando explota la crisis del petróleo en 1973 , el mundo
occidental se vio en vuelto en una crisis de paro e inflación. Aunque Harvey
expone que esta crisis ya se estaba cociendo antes del aumento de los precios
del petróleo, yo creo que fue esta última la que agravó la situación. De golpe,
pareció como si el keynesianismo no pudiera resolver este problema y, ante el
desencanto, surgieron dos políticos que enarbolaron la bandera del
neoliberalismo: Ronald Reagan, en EEUU,
y Margaret Thatcher, en Gran Bretaña.
Harvey
escribe:
“La Administración de Reagan proporcionó
entonces el indispensable apoyo político mediante una mayor desregulación, la
rebaja de los impuestos, los recortes presupuestarios y el ataque contra el
poder de los sindicatos y de los profesionales”.
Reagan mezcló su neoliberalismo con una
especie de keynesianismo de guerra, que llegó a aumentar notablemente el
gasto público para financiar las distintas cruzadas en nombre del anticomunismo.
Thatcher, por su parte, también minó el
poder de los sindicatos, enfrentándose a huelgas mineras de alto calado, e
inició un proyecto privatizador sin parangón en la historia británica. Las encuestas
describían a Thatcher como una primera ministra cuya popularidad caía de forma
estrepitosa. Caía, sí, hasta que la guerra
de las Malvinas consiguió envolver su neoliberalismo de un afán patriótico.
Harvey expresa que, por sí solas, las ideas
neoliberales nunca hubieran triunfado si no se hubieran mezclado con el
nacionalismo y con la derecha religiosa. Conseguir el apoyo popular para
medidas de flexibilización del mercado de trabajo y pérdida de servicios
públicos sólo se puede conseguir si se buscan enemigos (los sindicatos, el
comunismo, el terrorismo) y se hace ver que lo que se hace es la única salida.
Pero, ¿qué ocurre
con instituciones internacionales? Pues que, a partir de 1982, “el FMI y el Banco Mundial se convirtieron […] en centros para la
propagación y la ejecución del fundamentalismo del libre mercado y
de la ortodoxia neoliberal. A cambio de la reprogramación
de la deuda, a los países endeudados se les exigía implementar reformas
institucionales, como recortar el gasto social, crear legislaciones más
flexibles…”.
Entonces, todos esos países que se endeudaban
implementando políticas de crecimiento encontraron estas instituciones como
garantes de una ortodoxia que bien les llevaría hacia el abismo. El régimen de Pinochet
en Chile tras el golpe de estado que derrocó a Allende, la Argentina que
terminó en corralito, Méjico, Corea del Sur, Suecia o, antes de todos ellos, la
ciudad de Nueva York, vieron como las políticas neoliberales aumentaban sus
problemas sociales, incrementaban las desigualdades e iniciaban un empobrecimiento
de las clases populares. Sí es cierto también que el desarrollo de las
políticas neoliberales, geográficamente hablando, se produjo de forma desigual.
También habría que hablar de China, país al
que Harvey dedica bastante espacio, como un caso particular de mezcla de políticas
neoliberales y autoritarias.
Pero todos sabemos el poder que tiene el
neoliberalismo como ideología hegemónica. ¿Qué lo hace tan poderoso, además de
tener el apoyo del poder político-económico? Pues que parte de una fuerza vital, que es la utilización
del concepto libertad de forma constante.
El poder del individuo y sus decisiones son el centro del debate ideológico, aunque
la práctica se distancia de la teoría. Como estableciera Karl Polanyi,
hay distintas libertades, buenas y malas.
Las malas las establece en “la libertad para explotar a los iguales, la
libertad para no prestar un servicio
conmensurable a la comunidad, la libertad de impedir que las innovaciones
tecnológicas sean utilizadas con una finalidad pública, o la libertad para
beneficiarse de calamidades públicas tramadas secretamente para obtener una
ventaja privada”.
Por el contrario, las buenas serían: “la
libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la
libertad de asociación, la libertad para elegir el propio trabajo”.
Según describe Harvey, parafraseando a
Polanyi: “La idea de libertad «degenera, pues, en una mera defensa de la
libertad de empresa», que significa «la plena libertad para aquellos cuya
renta, ocio y seguridad no necesitan aumentarse y apenas una miseria de
libertad para el pueblo»”.
El Estado se pinta como algo perverso, y el
individuo como alguien que sólo quiere vivir mejor. La libertad se convierte en
Mantra. Pero, detrás de esto, se esconde la idea de fortalecer las élites
financieras y económicas, que no dudaron en apoyar a Pinochet o a cualquier
dictador siempre que implementaran sus políticas neoliberales. Por ello, David Harvey establece que en el neoliberalismo
podemos encontrar un grado de utopismo (o sea, gente que cree realmente lo que dicen), unas
ideas económicas erradas o, ya de acuerdo con lo que establece el autor de este
ensayo, una justificación para fortalecer a una clase dirigente frente a las
clases populares. La lucha de clases sigue.
Intelectualmente, Harvey establece que el neoliberalismo
se centra en:
“una compleja fusión de monetarismo (Milton Friedman) expectativas racionales (Robert Lucas),
elección pública (James Buchanan y Gordon Tullock), y las ideas elaboradas por Arthur Laffer en torno a las políticas por el lado de la oferta”
Todo lo anterior va unido a un carácter
autoritario que se ha repetido en innumerables ocasiones, puesto que es difícil
orquestar medidas antipopulares sin represión o evitando directamente la
política, como la imposición de tecnócratas no votados en gobiernos europeos.
Además, según la teoría neoliberal, el estado sólo es el garante de los
derechos de propiedad privada, el imperio de la ley y las instituciones de libre
mercado. En este marco contractual, cada individuo es responsable de lo que le
pasa, eliminando el concepto de justicia
social e igualdad de oportunidades del debate político.
Sin embargo, hay muchas contradicciones en el
neoliberalismo. Por ejemplo, utilizar dinero público para rescatar entidades
financieras, la cuestión de los monopolios privados y la falta de competencia,
la asimetría en la información entre ofertantes y consumidores, etc. El poder
que da el neoliberalismo a las élites económicas se hace, una vez más, en
detrimento del poder del asalariado, que sólo puede contar con organizaciones (sindicatos,
etc.) y servicios sociales del estado del bienestar, para mejorar sus
condiciones de vida.
Aunque la flexibilidad puede ayudar a muchos
profesionales, en la mayoría de los casos ha creado una bolsa de precariedad y
de incertidumbre de dimensiones considerables.
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