A lo largo de la historia siempre ha hecho falta trabajo
humano para transformar la naturaleza y así obtener bienes y servicios. La revolución industrial sustituyó esfuerzo
de las personas por tecnología e incorporó nuevas fuentes de energía que
permitieron una gran transformación. Al día de hoy, con la nueva revolución tecnológica,
nos encontramos ante un nuevo paradigma, que no es otro que la continua
sustitución no sólo de “músculo”, sino de tareas intelectuales, o sea, de
“cerebro”.
La tecnología empieza a destruir empleo a un ritmo mayor que
el que es capaz de crear y eso desemboca en la realidad siguiente: sobran
horas de trabajo. Y muchas. No es cuestión de volverse un ludita, sino de
analizar la realidad con todos sus matices.
El economista Santiago Niño Becerra lo expresa muy
claramente en un artículo: “Pues estamos
en un punto en el que cada vez se precisa menos factor trabajo; en un punto en
que el factor trabajo que se necesita puede estar en cualquier parte; en un
punto en el que la oferta de trabajo es muy superior a la demanda lo que ha
llevado a que casi todo el factor trabajo tenga un precio menor, es decir, un
salario menor; en un punto en el que las condiciones de contratación y de
trabajo pueden empeorar porque si quien desempeña esas tareas se niega la cola
de candidatos que tiene detrás esperando a ser contratados llega a la puerta”.
El subempleo es una realidad. Cada vez hay más precariedad y,
de hecho, el número de trabajadores pobres se está disparando. Podemos esperar
que se abran nuevos nichos de empleo -yo creo que llegarán- pero, mientras
tanto, parece que el reto en nuestra sociedad es cómo afrontar este problema.
No profundizar en el debate de la precariedad y el desempleo sería un gran
error.
Según Niño Becerra, la tendencia del capital siempre ha sido
la de ahorrar factor trabajo y eso la tecnología lo facilita
perfectamente. Además, la red permite
una flexibilidad a la hora de consumir que se traslada a la producción. Las
empresas deben adaptarse a cambios constantes en unos consumidores que exigen
productos distintos de cualquier ámbito geográfico. Se necesita gente que trabaje en un momento
dado, aquí y ahora, para luego prescindir de ellos. Esto nos lleva a un mercado laboral lleno de
trabajadores a tiempo parcial, falsos autónomos y temporales. Y no se nos
olvide, cobrando cada vez menos. La flexibilidad se impone si queremos competir, pero el exceso acarrea grandes males.
Invertir en innovación puede ser importante, así como
incrementar la formación de los trabajadores y desempleados o implementar
ayudas sociales que impidan que nadie se quede en la cuneta. Sin embargo, no es suficiente.
Son muchas preguntas las que están encima de la mesa: ¿hacia
dónde va el mercado laboral?, ¿podremos resistir -sin grandes conflictos
sociales- al incremento de las desigualdades?, ¿cuál será el sector que definitivamente
creará empleo?, ¿habrá trabajo para todo el mundo?, ¿debemos abandonar la idea de
pleno empleo?
Me gustaría conocer vuestra opinión sobre este asunto.
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