En Europa no andamos desarrollando grandes empresas
tecnológicas que compitan con las todopoderosas norteamericanas, ni tampoco nos
hemos tomado muy en serio lo que realmente Snowden planteaba en sus denuncias -que
es el estado el que, apoyándose en Internet y en la aquiescencia de las
compañías tecnológicas, nos espiaba sin motivo de urgencia-, sino que, más bien,
estamos creando una especie de laberinto normativo que, usando la lucha por la
privacidad- y los intereses corporativos- como bandera, nos plantea una serie
de retos a tener en cuenta.
Facebook cree que Europa está empeñada en dificultar la creación denegocios en la red, pero es evidente que no podemos permitir que los datos que
dejamos en las redes sociales no estén sujetos a la normativa del país de cada
uno, sino a la que Facebook - u otra
corporación- quiere. No obstante, siempre soy reacio a considerar que el poder
político intente legislar sobre Internet sin meter las pezuñas en nuestras
libertades. La red es un pastel muy goloso que cualquiera puede querer para sí
mismo. Millones de datos de todos nosotros podrían ser un regalo para cualquier
empresa que quiera conocer qué producto puede vender mejor y a qué segmento
poblacional, pero también para que un gobierno establezca hacia dónde van las
ideas políticas de la mayoría.
Evasión fiscal, competencia desleal (véase UBER),
privacidad… Son muchos temas lo que están en juego y debemos estar alerta. La
neutralidad en la red es esencial para desarrollar espacios libres de opinión y
encuentro ciudadano, pero, además, es fundamental para poder reducir la brecha
digital y que esta no se vea acentuada por lo que siempre ha sido motivo de
estratificación social: el poder adquisitivo. ¿La tasa Google sirve a los intereses ciudadanos? ¿Y el resto de normativas?
¿Podremos encontrar nuevos empleos si se constriñe la innovación?
Creo que nos faltan información y formación sobre todo lo
que tenemos encima y lo que se nos puede avecinar. Las sociedades
tecnológicamente avanzadas son espacios complejos en los que el poder se ha vuelto
difuso, el estado nación se ve ensombrecido por la globalización y la
tecnología genera su propia dinámica con una fuerza inconmensurable.
Necesitamos un debate abierto y profundo sobre si la revolución tecnológica
crea empleo al mismo ritmo que lo destruye, preguntarnos qué papel tiene que
tener el estado dentro de la red para no ahogarla y vislumbrar la necesidad de
que Internet sea objeto indispensable para la formación y la información de una
ciudadanía madura.
O conseguimos que la red sea siempre patrimonio de la
humanidad, de cada uno de nosotros, o se terminará convirtiendo en un elemento
más de estratificación social. Y muy peligroso.
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