Existe un axioma fundamental que nos dice que
el poder, para poder establecerse y mantenerse, necesita apuntalar su
legitimación en las mentes de los ciudadanos. El orden dominante evocará para
este fin a la seguridad o a la divinidad, al miedo o a la democracia, o cualquier otro valor que convenza a las masas.
Pero eso no es todo; siempre se puede
contar, además, con la utilización de un aparato represor que, como
bien sabéis, está “reservado” en régimen
de monopolio a la institución pública desde la creación del Estado moderno.
Pero la represión en sí no es suficiente.
Convencer o engañar, según se mire,
es clave para que el poder se mantenga. Esta legitimidad o control “mental”,
como establece el sociólogo Manuel Castells , se produce mediante la
creación de redes que “programan” a la ciudadanía para obedecer el orden establecido.
En este panorama, el papel de los medios de comunicación de masas es crucial. Ya lo estableció en su día Noam Chomsky .
Las democracias
modernas usan la “propaganda” para
convencer, en contraposición a la prohibición represiva y violenta de las dictaduras.
Siguiendo la argumentación expuesta por
Castells en su gran análisis sobre el poder,
es éste último el que establece la economía, la cultura o el
tipo de estado que tenemos. Enfrente de tal poder, como no puede ser de
otra manera, existe un contrapoder, que también funciona en red, pero que no
controla determinados “instrumentos” como son las finanzas o las instituciones
públicas. Este contrapoder estaría
encaminado a “reprogramar” las mentes, lo que en ocasiones se ha llamado
“concienciar” o “movilizar” a la población para cambiar el orden.
En España es
evidente que la situación es crítica, tanto por la crisis económica como por
los continuos casos de corrupción. Podemos
citar los recientemente destapados por
la prensa y aquél en el que supuestamente estaría involucrada toda la cúpula
gobernante del PP, partido en el poder, en un caso de financiación ilegal y
pago de dinero negro a sus miembros.
Este caso es una gota más en la inagotable
fuente de corrupción y mala imagen de muchos políticos españoles, lo que hace
que la legitimidad del sistema se vea fuertemente resentida. En este sentido, con seis millones de desempleados, recortes
en servicios sociales y destinando
dinero público a rescatar los vaivenes de la banca, la población empieza a
considerar a los políticos como el gran problema. En esto, el poder utiliza sus
armas de propaganda y apela al sentido del sacrificio y a que pronto saldremos
de ésta o, directamente, como ya establecí en otro artículo, se refugian en el “tú más”. Cuando todo esto falla, se empieza a usar el miedo.
Mientras tanto, los medios de comunicación
sacan las noticias de corrupción como si de una guerra de trincheras se tratara,
tal como muy bien analizó el politólogo Lluis Orriols en este artículo: . La propaganda ya no es del poder en sí, sino
de las propias barricadas del bipartidismo, encaminadas -como no podía ser de
otra manera- a su continua deslegitimación.
En otro artículo escrito por Carlos Elordi se establece que quizás vayamos
a esa situación vivida en Italia no hace tantos años. Yo lo que tengo que decir
al respecto es que, tras eso, ganó Berlusconi y que aquí, en España, mientras
se criticaba la corrupción, ganaba el partido GIL en la Costa del Sol. La legitimidad
del sistema cae por momentos, pero lo que ocurre es que ciertas prácticas
lamentables de hacer política pueden cristalizarse y darle el poder a cualquier
iluminado.
¿Qué necesitamos
en España para salir de esta situación tan crítica? Está claro que lo mejor es
reivindicar la política como toma de decisiones, la transparencia como
obligación y el replanteamiento de nuestra democracia con el objetivo de
mejorarla. Pero en este proceso de “cambio de poder” tenemos que preguntarnos cuál
es el contrapoder.
Os lo pregunto a
vosotros: ¿qué contrapoder tenemos?
Tengo muy claro que ese contrapoder nunca residirá en el pueblo, por mu cho que, por parte de las izquierdas, nos hagan creer.
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