El último barómetro de Metroscopia (febrero de
2013) alumbra un panorama que considero digno de mención y análisis. Según el
estudio, si se celebraran elecciones generales hoy, la participación caería
estrepitosamente con respecto a los últimos comicios: sólo el 53% de los electores acudiría a las urnas,
frente al 71,7% que lo hizo en noviembre de 2011. Esto supone, como pueden ver, una abstención
enorme que situaría la participación política en la posición más baja de la
historia de la democracia española mostrando, una vez más, la evidente y
poderosa desafección política de la ciudadanía.
A nivel de partidos políticos, también se
puede leer un cambio de tendencias, puesto que el bipartidismo cae hasta
niveles insólitos. El PSOE y el PP no
obtendrían ni la mitad de los votos emitidos, situándose el segundo en un 23,9%
(en las elecciones de noviembre de 2011 obtuvo el 44,6%) y el primero en un
23,5% de los votos (frente al 28,7% que
obtuvo en las últimas elecciones). Izquierda Unida aumentaría su peso electoral
hasta el 15,3% y UPyD recolectaría el 13,6% de los votos emitidos. Como se
puede ver, el binomio PP-PSOE atraviesa una constante pérdida de popularidad y
de apoyo social, transfiriéndose sus votos a otras opciones políticas o, directamente,
a la abstención o al voto en blanco.
Las encuestas suelen fallar bastante, no hace
falta que lo diga yo aquí. De hecho, recientemente también se ha publicado el
barómetro del CIS, cuyos resultados varían notablemente: el PP lograría hoy el
35% de los votos y el PSOE, el 30,2%. IU, por su parte, obtendría el 9,4% de
los votos, mientras que UPyD conseguiría
el 6,8%. Cifras para todos los gustos. ¿Quién tendrá razón?
Hay muchos elementos que pueden hacer cambiar
de idea con respecto al voto y desmentir lo que dicen las encuestas. Simplemente,
a la hora de que te pregunten no tienes por qué decir a ciencia cierta lo que
vas a votar. En ocasiones, dichas encuestas pueden también alterar los votos de
varias formas: o estimulan el apoyo al que los sondeos dan como ganador en caso
de casi empate técnico (efecto “caballo ganador”) o, por el contrario, me
compadezco del perdedor y, ante una posible victoria clara del adversario, le doy mi voto al que creo
que puede hacerle frente (lo que muchos conocen como el “voto útil”). También
puede ocurrir que, simplemente, ese día decido participar junto a todos
aquellos que estadísticamente se estimaba que no lo harían.
Desde que España votara su Constitución, el
sistema bipartidista se consolidó de forma imperfecta, puesto que en muchas
comunidades autónomas el peso del PSOE y el PP es mucho menor (véase País Vasco
y Cataluña) y, al no existir una doble vuelta electoral, también se ha
necesitado pactar con los nacionalistas en varias ocasiones para poder gobernar
en Madrid, sin contar otros pactos a nivel municipal y autonómico. Este modelo
de la transición, surgido con el sacrosanto texto y con los pactos de la
Moncloa (dejaré para otro día el análisis de los sindicatos y la patronal),
hace aguas. Ante la mirada estupefacta de los partidos mayoritarios, que se
parecen cada vez más a ese boxeador noqueado que golpea al aire intentando
alejar a su adversario, vivimos tiempos en los que el modelo
político y social parece que se acerca hacia su fin.
El ocaso de los partidos mayoritarios no es
algo nuevo en Europa. Incluso aquí en España tenemos el ejemplo de la UCD. Pasa
en Grecia, con el otrora todopoderoso PASOK, que disminuye estrepitosamente su
apoyo siendo su espacio cada vez más residual; o pasó en Italia, país en el que
años de corrupción y hastío terminaron con el Partido Socialista Italiano y se
llevaron por delante también a la Democracia Cristiana. En la memoria de todo
analista guardamos aquella operación denominada “Manos Limpias”. El Partido Comunista
italiano, fuerte donde los hubiera en su ámbito, también cayó en el declive
arrastrado por las arenas movedizas de un sistema en quiebra y sus tensiones
internas. Luego ganó Berlusconi, se colocó a un tecnócrata y ahora
no sabemos que harán.
La cuestión principal del PSOE y el PP es que
se creen sistémicos, o sea, se creen en su mayoría piezas fundamentales del
sistema democrático español. Pero en un ambiente de fuerte crisis y con su
falta de carácter resolutivo, sin hablar de los casos de corrupción, el rechazo
empieza a expandirse. ¿Los que han ostentado el poder durante tantos años,
pretenden eludir la responsabilidad de sus organizaciones ante la crisis? Es
una pregunta que mucha gente se hace. Mientras tanto, cada vez estoy más
convencido de que entramos en otra etapa. Si es buena, mala o regular, se sabrá
con el tiempo.
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