Publicado también en Almería 360º
Muchos
pensadores han divagado sobre el concepto de democracia, pero siempre me ha
interesado una reflexión, a modo de pregunta, que emitió el filósofo Karl
Popper (liberal, es cierto) y que establecía que no había que preguntarse quién
debe gobernar o dominar, sino más bien: “¿Qué podemos hacer para
configurar nuestras instituciones políticas de modo que los dominadores malos e
incapaces, que naturalmente tratamos de evitar, pero que, no obstante, no resulta
excesivamente fácil hacerlo, ocasionen los menores daños posibles y de modo que
podamos deshacernos de ellos sin derramamiento de sangre?”.
Por eso existen elecciones, para cambiar a los políticos sin
recurrir a la violencia, y para eso también deben existir otras premisas:
transparencia, para enterarnos de lo que hacen; división de poderes e imperio
de la ley, para que el gobernante no pueda hacer lo que le venga en gana;
constitución, para asegurar los derechos y libertades de los ciudadanos; soberanía
popular, para que el pueblo sea el que decida quién lo representa sin vivir
presiones de otras esferas (véase los mercados, injerencias exteriores…); y un
largo etcétera. Eso hace que el poder sea legítimo y no coercitivo sin más,
porque, al fin y al cabo, democracia significa repartir poder en un sistema de
equilibrios, a veces, bastante dado a romperse por el lado contrario a la
ciudadanía. De hecho, otras teorías sobre las democracias diferentes a la
tradición liberal ya hablan de la necesitad
de la participación más activa de la gente en las decisiones políticas,
abriendo así nuevos escenarios en la esfera pública que democraticen aún más la
instituciones. En pleno siglo XXI, el debate siempre tiene que girar alrededor
de cómo mejoramos la democracia.
El debate abierto en torno a “Monarquía VS República” nos
sugiere profundizar más en la pregunta anteriormente expuesta por Popper. Se
dice que el príncipe está muy preparado; bueno, ¿y si sale rana?, ¿y si no hace
bien su trabajo? No podemos echarlo porque ni lo hemos votado para que llegue,
ni lo podemos votar, por lo que se ve, para que se vaya. Cambiar la Monarquía
supondría atenernos al artículo 168 de la Constitución Española, que dice que
para reformar el Título II (el de la corona) haría falta: aprobación por
mayoría de dos tercios de ambas Cámaras, convocatoria de elecciones, y, que no
se nos olvide, nueva ratificación por las cámaras elegidas y referéndum popular. Independientemente de la reforma, es cierto
que la Constitución reconoce la posibilidad de convocar un referéndum sobre
cuestiones de interés, consultivo, por supuesto.
Se
trata de mecanismos muy complicados que tanto el PSOE como el PP no están
dispuestos a afrontar de cara a cambiar el sistema político. La Constitución
exige amplias mayorías para reformar determinadas partes. ¿Surgirán dichas
mayorías? Tras las elecciones europeas del 25M, parece que en el horizonte se
presentan algunas alternativas crecientes ante el bipartidismo. Pero habrá que
esperar.
Me hace
gracia leer en la prensa monárquica o escuchar
de boca de algunos de sus defensores que el Príncipe tiene que liderar los
retos a los que se enfrenta España. ¿Liderar?, ¿pero no habíamos quedado en que
reina pero no gobierna? A ver si al final hay sectores que pretenden que Felipe
termine guiando a la nación hacia buen puerto sin que su reinado se refrende
por voto popular. Es cierto que hay otros países que tienen repúblicas
corruptas y dictatoriales y, por el contrario, monarquías constitucionales residentes en naciones
democráticas y avanzadas, pero cada país debería ser capaz de elegir su modelo
de estado, y España ya es mayor de edad. Es obligatorio, no obstante, definir
qué tipo de República se quiere, cómo se configuraría el Estado y muchas más
características que exigen un debate abierto y sin cortapisas. Se pide debatir,
dialogar y tomar decisiones; eso, en cualquier sitio, se llama cultura
democrática.
Yo no
voté la Constitución de 1978 -tengo 33 años-, pero muchos más no la han votado,
y no sólo son chavales: hay que tener más de 56 años para haber podido tener
opción a votarla en su momento, puesto que en el 78 la edad de voto era de 21
años y ya han pasado 36. Según los barómetros del CIS, desde 2011 la monarquía
empieza a perder apoyo y a suspender en las valoraciones ciudadanas. Casos de
corrupción como el de Urdangarín, el tema de los elefantes y esa sensación de
impunidad que refleja el poder elitista que reside en España no son buenos
ejemplos para un país en el que el desempleo y la pobreza se enquistan. Además,
no podemos olvidarnos de los resultados de las elecciones catalanas, con una
fuerte representación del sentimiento independentista.
A modo
de conclusión, hay que recordar que la figura del rey es inviolable y que el
artículo 14 de la Constitución Española dice: “Los españoles son iguales
ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de
nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social”. Instituciones que no respetan la Constitución
y luego exigen mayorías absolutísimas para reformarla. Eso sí, cuando se cambió el artículo 135 de la
CE para primar el pago de la deuda a otros gastos más necesarios tampoco hubo
debate ni temblaron los sillones cuando se acometió la reforma. En fin, vivir
para ver.
@Hecjer
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