Políticos, empresarios y sindicalistas gestionando, o
haciendo que gestionaban, una caja de ahorros. Resultado: hundimiento de la
entidad, rescate y un rastro de malas prácticas que poco a poco van saliendo a
la luz. No sólo eran los sueldos estratosféricos de sus máximos responsables,
sino que además contaban con barra libre -según cuentan la tenían limitada, pero
las cantidades son enormes- a la hora de gastar el dinero de Caja Madrid en loque les viniera en gana. Desde pubs hasta chucherías, pasando por la cuenta del
supermercado o instrumentos musicales, la poca vergüenza de los consejeros no
tiene límites. ¿Sabéis la época del año en que más se utilizaban estas tarjetas
de “representación”? En el periodo de vacaciones. Dinero en metálico para
gastar impunemente -no se puede seguir el rastro- y buenas comilonas.
Con la excusa de que erran gastos de “representación”, las tarjetas
permitían acceder a fondos de dinero “opacos”, sin control del fisco, que se
gastaba, como hemos visto en su mayoría, en elementos que poco tienen que ver
con el desarrollo comercial y financiero
de la entidad. ¿Cuál era el objetivo de estas tarjetas? Tener callado al
personal, que nadie hablara, que nadie criticara mientras Blesa y Cía. hacían lo que les venía en gana. Por cierto,
Rodrigo Rato mantuvo estas prácticas.
El caso de Caja Madrid saca a la luz, una vez más, la alegría con la
que la un grupo reducido de supuestos representantes públicos utilizaban sus
cargos para beneficio personal. No se salva nadie, y depurar responsabilidades
es crucial. Aun así, es evidente que los
controles -¿qué controles?- fallaron. Si alguien pretende crear otro banco
público en el que políticos, sindicatos y representantes de la patronal metan
las pezuñas, más vale que exija la transparencia de un cristal bien limpio. Eso
si vuelve a ocurrir, pues Bankia, ahora nacionalizada, se terminará por
malvender a algunos de los poderosos. Al tiempo.
Creo que el caso de las tarjetas en B es más sangrante de lo
que parece, máxime cuando pone en el punto de mira a toda una “casta”, por
utilizar la terminología que tanto éxito le está dando a Podemos, que se ríe de
nosotros. En un país en el que se estafó a muchos preferentistas y donde se
desahucia a familias por no poder pagar la hipoteca, ver el derroche de dinero
que caracterizaba a los que supuestamente tenían que gestionar con eficacia una
entidad financiera de interés público no es sólo doloroso, es indignante.
Han vivido por encima de las posibilidades de los demás, y
luego seguro que van dando consejos sobre cómo salir de la crisis.
Lo peor: el pésimo papel que las izquierdas y los sindicatos
han protagonizado en este drama. ¿No se habían percatado de lo que pasaba?
Junto con los ERE y otros casos de corrupción, los que supuestamente tenían que
defender al oprimido o están con el norte perdido o sus filas se han plagado de
gente sin escrúpulos. O las dos cosas. Y es que el poder es muy goloso y luego
se pegan los vicios ajenos. Menos moralina y más hacer bien las cosas. Prefiero menos mítines
el 1 de mayo y más honradez.
Lo mejor contra la corrupción es mano dura y transparencia.
Lo de las tarjetas b, aunque se devuelva el dinero, aunque se termine por pagar
los impuestos correspondientes, es moralmente reprochable. En un país que
atraviesa una crisis tan bestial como la nuestra y en la que el sector
financiero tiene gran parte de culpa de la situación, este espectáculo revuelve
las tripas a cualquiera.
Veremos cómo acaba.
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