Está claro que los vigilantes, poderes públicos,
corporaciones y demás interesados en nuestra “seguridad”, siempre han utilizado
los avances tecnológicos para controlarnos. El vídeo, la fotografía, el
micrófono y un largo etcétera de inventos cuyo uso puede derivar en cualquier
asunto oscuro. Saber qué hacemos, qué
pensamos, por dónde nos movemos, es una obsesión del Estado. En nombre de la
seguridad y de la persecución de delincuentes, el individuo es asolado por el
ojo del leviatán. Ya lo reflejó George
Orwell en “1984”, extraordinario libro en el que el escritor británico
diseñaba un mundo antiutópico, mitad nazi, mitad estalinista, controlado por un
orden absoluto cuyos tentáculos se extendían a toda la sociedad. Un “Gran
Hermano” vigilaba, manipulaba y engañaba, siempre en beneficio de la “mayoría”.
Qué cuidado hay que tener con los que se presentan como redentores.
La última noticia sobre esa manía del poder de
hurgar en nuestra privacidad es la que aparecido recientemente en relación aEEUU. El FBI y la Agencia de Seguridad Nacional han usado, según la información
publicada, los servidores de Microsoft,
Google, Apple o Facebook para acceder a la información de sus usuarios. Ya
sabemos que la privacidad en Internet es algo muy difícil. Pero está claro que
al poder no le interesa si sales en una foto de fiesta o si comentas un chiste.
Al poder le interesan todas aquellas actividades que él considere perniciosas
para su supervivencia. Para ello, investiga correos electrónicos,
videoconferencias, transferencias de archivos, detalles de redes sociales y un
largo etcétera.
EEUU utiliza para esta vigilancia masiva un
programa llamado PRISM. Éste
surgió en la época de Bush hijo, que, tras el atentado de las torres gemelas y
en nombre de la seguridad nacional, convirtió a todo ciudadano en
potencialmente sospechoso.
Pero, como rezaba una frase que leí en “Watchmen”,la obra maestra de Alan Moore, “¿Quién vigila a los vigilantes?” En
esta novela gráfica surgen una serie de
cuestiones de interés. Protagonizada por unos superhéroes que luchan contra el
crimen, ¿qué pasa si se les va la cabeza? ¿Y si se oponen a la ciudadanía que
dicen salvar?, ¿y si utilizan su poder para su propio beneficio?
Fuera del cómic, seguimos con las preguntas:
quién controla al que controla, sobre todo cuando detrás del vigilante, está
todo el poder del estado.
Casos como Wikileaks, en el que se desvelaron
algunos secretos de estado muy comprometedores y cuya historia ya se conoce, u
otros que son más propios de película de intriga que de la realidad, sólo son
una parte minúscula de todo lo que se mueve en el mundo de las altas esferas.
Internet -y toda tecnología que se precie-
puede ser utilizado para el bien común o para el de una minoría, para liberar o
para esclavizar, para construir interesantes proyectos colectivos o para
espiar. La red es neutra, pero las personas que circulan por ella no. Me
preocupa que toda la libertad que caracteriza a Internet se decline en pos de
alguna causa que justifique la
eliminación de derechos civiles y libertades públicas. Hay que estar atentos.
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