Como ya sabéis, desde hace días es noticia la
existencia de una confrontación entre el gobierno turco y varias protestas ciudadanas. Como
ya ocurrió en su momento con la primavera árabe,
miles de personas salen a la calle pidiendo más democracia. Ante esa situación,
el gobierno ha respondido con contundencia,
como sólo sabe hacer un poder que se siente amenazado. De hecho, el origen de
la protesta arranca con una represión policial dirigida hacia unos activistas
que se manifestaban contra la tala de unos árboles para hacer un centro
comercial. Como una llama ante un bidón de gasolina, todo ha explotado movilizando a muchas más personas que, al
final, se han sumado no ya contra la tala de árboles, sino, según ellos, contra
el “autoritarismo” del gobierno.
En el centro de las movilizaciones, de nuevo,
nos encontramos con el poder de las redes sociales. El primer ministro turco, Erdogan,
ha criticado a Twitter, mejor dicho, ha
culpado a la red social de ser un canal peligroso favorecedor de los disturbios.
Una vez más, vemos cómo Internet no sólo
sirve para chatear sobre temas banales, sino para difundir la indignación y la
esperanza a través de paquetes de información que viajan a la velocidad de luz.
Manuel Castells, en un artículo fantástico
titulado “Internetfobia”, lo dice meridianamente claro: “Temer a Internet
es temer la libertad”. Sin medias tintas, culpar de todo lo malo a un canal
de comunicación bidireccional, en el que el poder de los gobiernos y las corporaciones
mediáticas es bastante más reducido que fuera de él, es sospechoso. La censura
se viste de moralidad, atentando contra el perfil de los internautas a los que
llaman piratas o, algo peor, culpando a la red de ser un nido de depravados.
Cuando el poder se pone nervioso, ya vemos cómo actúa.
Enrique Dans también se ha hecho eco de los altercados en Turquía y, a través de su blog,
comenta, muy acertadamente, que “Si algo caracteriza a un dictador es la
incapacidad para comprender el cambio que suponen los medios sociales, la disfuncionalidad
que supone ver a tu pueblo como a un enemigo contra el que tienes que
defenderte, al que debes combatir, al que tienes que hurtar la información”.
Está claro que Internet supone un avance en la comunicación que hace que la población,
sobre todo joven, viva y vea situaciones
que no le gustan y, lo que es más importante, pida unos cambios que chocan
radicalmente con los gobiernos más inamovibles.
¿Alguien
niega la importancia que tuvo la imprenta para la difusión de ideas revolucionarias
que cambiaron el devenir de nuestro mundo? Entonces, ¿por qué obviar el poder dinamizador
de las redes sociales en las protestas del siglo XXI? Está claro, porque, como
establece Castells en su artículo, con un
Internet potente y desarrollado, hay mucha gente que empieza a perder
poder. Un ciudadano libre, informado y empoderado es un ciudadano crítico al
que no se le puede engañar con historias para no dormir. Una vez más, vemos
atónitos cómo se unen la tecnología, la
indignación y la esperanza en pos de unos cambios tan necesitados por la gente.
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