A continuación os dejo mi nuevo artículo publicado por Almería 360. Esta semana ha tocado hablar sobre la tendencia hacia unas jornadas laborales maratonianas mientras cada vez más gente está en paro.
Tras el crack de 1929, hundidas en la gran depresión,
multitud de personas desesperadas participaron en EEUU en un afamado maratón de
baile. Ante la mirada morbosa del público, era normal ver parejas desvanecidas
y agotados rostros que buscaban ganar un premio de unos cuantos dólares. En
1969, el director de cine Sydney Pollack se basó en estos acontecimientos para
realizar la película Danzad, danzad, malditos.
Hace unos días, un joven becario alemán que buscaba su
espacio en la City de Londres caía muerto tras tres días de trabajo sin
descanso. Las finanzas descontroladas se cobran muchas víctimas, incluidos
jóvenes que ambicionan entrar en su mundo. Como aquel concurso de baile de los
años 30, parece que ahora la moda es exprimir el tiempo en maratonianas jornadas
de trabajo. Ya sea en el sector financiero o en cualquier otro puesto,
podríamos titular esta película real que vivimos actualmente como Trabajad,
trabajad, malditos.
Francia fue de los primeros países europeos en el que los
trabajadores consiguieron la jornada laboral de 40 horas y el derecho a
vacaciones pagadas. Esto costó innumerables luchas y la victoria del Frente
Popular en 1936. Desde entonces, como si fuera un péndulo, la cultura laboral
en Europa se ha movido entre los que creían en el estajanovismo, reducido a
trabajar mucho para producir lo máximo, y entre los que pensaban que era
necesario armonizar la vida laboral y el resto de la vida, incluida la
familiar. Aunque todo indicaba que la jornada laboral de 40 horas era
intocable, parece que terminaremos eliminando este derecho. ¿Trabajar para
vivir o vivir para trabajar? Siempre ha sido una pregunta ocurrente.
Algunos expertos estimaban que la tecnología iba a permitir
reducir la jornada laboral, pero vemos que no lo hace. Por el contrario, nos
enfrentamos cara a cara con un mercado de trabajo dicotómico en el que abunda
el concepto de echar horas, frente a una población desempleada que parece
enquistarse. Unos no tienen trabajo; otros sufren por el exceso de éste. La
vida humana siempre ha estado llena de incongruencias y malos repartos.
Si una persona
trabaja doce horas al día, ¿cuándo se forma? ¿Qué tiempo le dedica a la
familia? ¿Cuándo consume ocio? Habrá que quitarle horas al sueño. En el momento
de que ese asalariado se quede obsoleto, parece que será reemplazado con
velocidad. Sólo hay que ver las estadísticas: el 58,3% de los desempleados en
España lleva más de un año sin trabajar y, lo que es más grave aún, 2.099.200
de personas suman más de dos años sin empleo. La amenaza del desempleo como
forma cruel de motivar al empleado se ceba aún más con los jóvenes y los
mayores de 45 años. No sólo hay que echar horas, también hay que cobrar poco y
estar al día en todas las innovaciones tecnológicas posibles. Hay que ser
bueno, bonito y barato.
Cuando estalló la crisis en España, el entonces dirigente de
la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, dijo que la única salida para empezar de nuevo el
crecimiento económico era trabajar más y ganar menos. Díaz Ferrán está al día
de hoy encarcelado, inculpado por blanqueo de dinero y alzamiento de bienes. Es
interesante ver cómo los que piden sacrificios no se sacrifican, cómo los que
piden ajustes no se ajustan, y cómo los recortes sólo golpean a los de siempre.
Como dice el refrán: consejos vendo, que para mí no tengo.
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