De nuevo ha saltado al debate la conocida dualidad del mercado laboral español,
caracterizada, a grandes riesgos, por trabajadores muy precarios -cada vez más
comunes- y otros empleados con derechos adquiridos a lo largo del tiempo y más
protegidos-cada vez menos-.
La
Patronal ha solicitado que se “precaricen” más las condiciones de los
indefinidos y que se mejore la situación de los temporales. En un mundo de alta
flexibilidad y cambios en las conductas de los consumidores, es necesario,
según ellos, adaptarse a las circunstancias.
Los sindicatos, por el contrario, han respondido con contundencia alertando del gran problema
social que implica un deterioro constante de las condiciones de trabajo. Con la
excusa de la crisis, parece que se quiere retroceder a condiciones laborales
decimonónicas.
Mi
opinión al respecto es compleja, puesto que no debemos ser maximalistas a la
hora de analizar las condiciones laborales y culparlas de lo bueno o lo malo de
la economía. Está claro que la productividad está ligada a que el trabajador se sienta a gusto
en la empresa y se considere parte de ella, uniendo esto a una formación
permanente y a un dominio de sus funciones profesionales que aumentan con la
experiencia. Si cada dos meses se cambia de trabajo, ningún trabajador podrá
hacerse un profesional de valía, sino que, por el contrario, se convierte en
una pieza más de un engranaje que necesita piezas de usar y tirar. Querer un
mercado de trabajo basado en el miedo a ser despedido y a los sueldos basura es
una condena económica y social.
Por
otro lado, tal y como vimos aquí, el número de contratos en España es excesivo.
¿Es el contrato único la solución? No lo creo, pero, como se puede ver en el
esquema, la complejidad de la tipología de contratos aporta más problemas que
soluciones.
Pero yo
querría lanzar una reflexión en voz alta
sobre esas críticas hacia el trabajo fijo que escucho en muchos foros. Si una
persona tiene gastos fijos, como son la luz, el alquiler o la hipoteca, el agua, el seguro del coche, la comida, etc.,
indispensables muchos para poder vivir, ¿por qué es tan malo desear tener
ingresos fijos? Una cosa es adaptarse a la flexibilidad, y otra es ver como normal
la precariedad más absoluta. Seamos honestos, no hay una empresa que no busque
asegurar clientes y conseguir unos ingresos más o menos estables; que un
asalariado sueñe con ello, no me parece para criticarlo. Se pueden abrir nuevas
posibilidades en las que la flexibilidad de la empresa no requiera despidos o
malas condiciones laborales, como pueden ser la reducción de jornada junto con
la compensación con prestaciones públicas o la incorporación de los
trabajadores a la gestión de la empresa. Sin embargo, por el contrario, tener
buenas condiciones indefinidas no debe suponer dormirse en los laureles, como
se ve en muchos sitios. Ofrecer un buen servicio, ser profesional y adaptarse a
los cambios debe ser algo obligatorio.
Tener
estabilidad no implica eliminar la disciplina, pero la disciplina no debe
convertirse en un infierno para el trabajador. Estoy de acuerdo, sobre todo en
la administración pública, en que se debe evaluar con dureza el trabajo de sus
empleados. Aunque sean minoritarios los casos, evidentemente, evitar los fraudes,
los abusos y la falta de profesionalidad deben ser una prioridad; pero no
podemos olvidarnos de que, para desarrollar un buen proyecto vital y pagar
facturas, necesitamos un empleo digno.
Fuente de la imagen: captura de imagen del diario Público
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