Tenemos un mercado laboral que es de los peores del mundo
para retener y atraer el talento. Eso he leído, y me ha llevado a reflexionar sobre las
escuetas becas, lo contratos precarios -cuando llegan y sacan a alguien del
desempleo- o los interminables cursos de formación en idiomas o postgrados para luego no encontrar
nada. Así es muy difícil retener a alguien. Yo, personalmente -y supongo que
muchos de vosotros también -, conozco a gente muy cualificada que, ante la
disyuntiva de tener que elegir entre la precariedad y el paro, ha decidido
marcharse. Para ellos es una oportunidad, para nosotros una catástrofe.
Según el Foro Económico Mundial, el mercado laboral en
España es de los menos eficientes, ostentando el puesto 115 de 144 países. Si
observamos a nuestro alrededor, sólo nos superan Portugal y Grecia, que se establecen
en las posiciones 126 y 127, respectivamente, e Italia, en el lugar 137.
Lo irónico de todo esto es que dicho estudio dice que: “En
España no funciona bien ni la cooperación entre empresarios y trabajadores, ni
la flexibilidad en la fijación de salarios, ni el despido, ni la relación entre
sueldos y productividad”.
¿Pensáis vosotros que es una cuestión de flexibilidad
horaria? ¿Y de despido? Y aún más, ¿a qué se refiere con la relación sueldos y
productividad? A veces me pierdo con estudios técnicos que repiten como
papagayos una retahíla de conceptos y propuestas como si fuera un mantra. En
España el talento no se queda porque no tiene salida laboral, porque se cansa
de que le paguen mal y, sobre todo, de estar en una situación de incertidumbre
continua a pesar de estar formándose una y otra vez. ¿Tratamos bien a nuestro
capital humano? Pues no.
Estonia, Dinamarca, Irlanda, Suecia y Finlandia figuran
entre los veinte primeros países en eficiencia laboral; Singapur, Suiza, Hong
Kong y Estados Unidos estarían a la cabeza de la lista. Por un lado, economías
altamente dinámicas y, por otro lado, estados del bienestar como Suecia y
Finlandia bastante consolidados, incluso Dinamarca, que tiene un modelo en el
que mezcla su conocida flexibilidad con una alta protección al desempleado, conocido
popularmente como flexiseguridad.
Pero centremos el debate en otros aspectos como, por ejemplo,
la cuestión de las políticas activas de empleo. Como escribí en su día: “Si miramos a Europa, vemos -según he
podido leer en la publicación mensual “Alternativas económicas” del mes de
abril- que muchos países de nuestro entorno dedican más personal en proporción
al número de desempleados en sus servicios de empleo que aquí en España.
Concretamente, en España tenemos a “450 desempleados por cada orientador,
frente a entre 80 y 100 de Alemania, Reino Unido y los países nórdicos”. Los números hablan por sí solos.
Al final todo está conectado, y la economía tiene su reflejo
en las políticas de empleo y éstas en la sociedad. La formación y la educación
tienen que venir acompañadas de un reconocimiento social de su importancia y,
además, deben conllevar situaciones laborales dignas -lo que no quiere decir que quien no tenga formación no trabaje
dignamente, pero el capital humano requiere inversión e incentivos para
esforzarse y seguir preparándose- y hacer todos los esfuerzos posibles para que
sigan en España. De lo contrario, corremos el peligro de ser un país aletargado
en la cola de la innovación y el desarrollo.
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