El último barómetro del CIS estimaba que, para más del 80% de la población, la
situación económica era muy preocupante y con pocas probabilidades de mejorar a
corto plazo. Siendo el paro el principal problema de la población y atendiendo
a que, además, la política es vista como el tercer problema, las elecciones
europeas plantean un escenario peculiar.
En
primer lugar, es posible que la abstención sea superior a lo normal. ¿Motivos?
Un constante desapego de la ciudadanía ante la falta de decisión y de coraje de
lo que se conoce como clase política. Casos de corrupción y crisis económica se
convierten en un revulsivo para un número importante de ciudadanos de cara a
acercarse a las urnas. Si la abstención es amplia, lo más probable es que vayan
a votar los convencidos, o sea, gente que tiene el voto meridianamente claro.
Esto podría ser un punto a favor para el PSOE y el PP, que, según muchos
analistas, son los principales interesados en que la participación no sea muy
alta. ¿Por qué? Pues porque si la participación fuera superior al 70%, por
poner una cifra alta, estas elecciones europeas se deberían interpretar en
clave nacional. ¿Qué pasaría si perdiera el PP o el PSOE se diera otro
batacazo? No se podría culpar a la abstención, por lo que tendrían que tomar
medidas que irían desde adelantar elecciones hasta la de abrir procesos para
elegir nuevos líderes.
En
segundo lugar, según otra encuesta del CIS, aunque el bipartidismo sigue siendo
dominante, no se puede asegurar que sus resultados sean los mejores. ¿Qué
pasaría si ninguno de los dos obtuviera una mayoría para gobernar en España y
el voto nacionalista catalán o vasco no sirviera para tener mayoría parlamentaria?
Pues que tendrían que jugársela, así que ya han salido voces como la de Felipe
González pidiendo un pacto de gobierno entre PSOE y PP (aunque luego dijera que
se arrepiente y que no ve ese escenario posible, pero la piedra está echada).
Dicho posible
pacto de gobierno sería la versión española del acuerdo alemán entre le SPD y
la CDU de Merkel. Lo que ocurre es que la propuesta del antiguo presidente del
gobierno ha supuesto un golpe para una estrategia electoral que el PSOE había
planteado con el lema de que ellos no se parecen nada al partido de Rajoy.
Además, la moción de censura en Extremadura, que se sabía que no iba a salir
adelante pero que suponía un intento de mostrar que IU está más interesada en
ayudar el PP que en permitir gobiernos progresistas, se queda así descafeinada:
siempre se puede decir que, al final, PSOE y PP terminarán gobernando juntos.
En
tercer lugar, ¿a quién beneficiaría un “pacto de estado”? Pues seguramente al
PP, porque el PSOE, desde que Zapatero asumió la política de recortes, tiene
una crisis de credibilidad importante en un amplio sector del electorado
progresista. Lo más peligroso de considerar que es necesario un pacto entre las
dos fuerzas mayoritarias es trasladar a la opinión pública que los recortes y
las políticas de ajuste son de “interés general” y que, por lo tanto, no existe
otro camino a seguir.
En
cuarto lugar, ¿qué pasa con el resto de fuerzas políticas? Parece que todavía
están lejos de ejercer presión. Por un lado tenemos a VOX -fruto de una
escisión de militantes del PP-, que no parece quitarle muchos votos. UPyD, aunque crece, no arrastra un electorado
suficiente para significar un problema ni a al PP ni al PSOE, al igual que
Ciudadanos. IU tiene un techo electoral que no termina de romper y ahora se ha
encontrado con la iniciativa PODEMOS, un movimiento muy interesante liderado
por el profesor de Ciencia Política Pablo Iglesias. En unos pocos meses,
PODEMOS ha conseguido establecerse en las encuestas como una posible fuerza con
representación en el Parlamento Europeo. Eso sí, habrá que ver si las
elecciones lo confirman o no y si, tras las europeas, esta iniciativa sigue
creciendo para convertirse en un partido con opción a restarle suficiente
espacio a IU.
Pero,
por muchos partidos que se presenten, el bipartidismo sigue siendo hegemónico.
Bueno, ¿bipartidismo o monopartidismo?
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