La situación en relación al
coronavirus, monotema mundial donde los haya, es como el de una guerra: cierre de colegios, restricciones a la
actividad comercial y recomendaciones de no salir de casa. Mi abuela me
dijo una vez que la guerra civil española fue mala, pero que la posguerra fue
tremenda. Y eso nos espera con el virus: ahora toca un intento titánico por su
control, pero las consecuencias económicas que seguro nos regalarán fuertes medidas
en el futuro tendrán, inexorablemente, consecuencias fatales en la población.
Primero, ¿por qué este control si no se consideraba un virus tan letal
y se hablaba de que era igual que la gripe?
Kike Llaneras publicó no hace mucho un interesante artículo en el diario El
País sobre la expansión del coronavirus que recomiendo leer. Esquematizando,
podemos afirmar que:
- Es un virus muy contagioso. La capacidad de contagio de un virus se mide por el número reproductivo (R) que, en el caso del coronavirus es igual a 2 y 3, o sea, que cada individuo infectado puede contagiar a 2 o 3 personas. La gripe común tiene un índice reproductivo de entre 1,3 y 1,5. Como veis, la diferencia es notable. Si multiplicamos, se nos va la cabeza y es posible que, como dijo Merkel, alrededor del 70% de la población –en ese caso, la alemana pero extrapolable a cualquier país- pueda contraer el virus.
- Es un virus más peligroso que la gripe. Según se sabe, la letalidad es apreciable. Entre un 3% y un 4 % de los infectados que se han conocido han fallecido, la mayoría con patologías previas y mayores. Como un gran porcentaje de infectados no tiene síntomas o, al ser leves, no se detectan, la letalidad baja. Como se explica en el artículo, Corea del Sur, que está haciendo muchos test, indica que la mortalidad puede girar alrededor del 0,6%.
- Como es muy contagioso y un porcentaje de los infectados puede tener muchos problemas, el sistema sanitario puede colapsarse. Por eso, se intenta hacer lo que se conoce como aplanar la curva. ¿A qué nos referimos con esto? Pues imaginad que el virus se expande y no se hace nada. El número de contagios dibujaría una campana como la siguiente imagen:
En muy poco tiempo se infectaría muchísima gente y luego
caería en picado. Esto rebosaría el sistema sanitario y generaría muchos más
problemas. No nos olvidemos de que no solo está el problema de coronavirus: hay
más enfermos que también tienen que ser atendidos, por eso se quiere ganar
tiempo, esto es, aplanar la curva.
Aplanar la curva significa alargar la epidemia en el
tiempo, con menos casos de golpe, para poder controlarlos mejor. De ahí la obsesión por la contención.
Segundo: expansión de
la crisis económica y algunas lecciones
España va a vivir, como Italia,
una de sus mayores crisis económicas y sociales. El país se va a parar, no sabemos
por cuanto tiempo -esperemos que poco-, y eso tendrá consecuencias en el empleo
y en la vida de la gente. El gobierno, de hecho, ha aprobado una serie demedidas extraordinarias entre las que están destinar 3.800 millones a gasto sanitario y aplazar 14.000 millones en
impuestos a pymes y autónomos por el coronavirus. No obstante, la situación compleja, ya que no solo es el
turismo, es el consumo interno, el transporte, el cierre de empresas y tiendas
y un sinfín de problemas más.
Hay una serie de lecciones importantes que debemos aprender, por ahora,
de esta crisis. Como bien observa David Bollero en un artículo en el diario Público,
se nos revela que:
- Dependemos excesivamente del turismo. Que España se convierta en un país apestado para el turismo puede suponer una de nuestras mayores ruinas y no parece que haya sector alternativo para ello. Cancelaciones, aplazamiento de los viajes del Imserso o el peligro de que se cancele la Semana Santa pueden suponer un revés económico impresionante.
- La dependencia que tiene el mundo entero de China. No debemos creernos esa guerra entre EEUU y China. La dependencia del gigante asiático es brutal , no deja de ser la gran fábrica del mundo. Cuando esto pase veremos qué pasa con el precio de la tecnología y otros productos.
- Conciliación trabajo-familia. Se cancelan las clases y, ¿ahora qué? También está suspendida toda actividad extraescolar y dejar a los niños con los abuelos –población más vulnerable al virus- no parece procedente. No todo el mundo puede “teletrabajar”, así que aquí tenemos de nuevo una debilidad estructural importante que debemos afrontar.
- Cerramos todo y los centros de ocio estaban
a tope. No aprendemos. Me cancelan las clases y me voy de fiesta y, perdón,
es más probable coger el virus en una discoteca que en una clase. Apelamos
mucho a la responsabilidad individual sin embargo no hay nada más efectivo que
decretar cierres y aprobar prohibiciones. Así de claro. Por eso a este tipo de
situaciones se las llama de alarma o de
excepción. Además, la imagen de supermercados sin determinados productos
nos enfrenta a lo peor: el miedo es uno
de los peores virus, de ahí que medidas radicales solo deban tomarse con los datos
sobre la mesa. El remedio puede ser peor que la enfermedad.
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