Francia, cuna de la inolvidable Revolución y de tantas cosas
más envidiadas por muchos, no está pasando un momento político y social para tirar
cohetes. El ascenso de Le Pen muestra un desencanto político que no se ha
sabido canalizar por otras fuerzas políticas -sobre todo en la izquierda llamada
alternativa-, y a este panorama hay que sumarle que su gobierno socialdemócrata
ha decidido andar por el saturado camino de la austeridad implementando
recortes a diestro y siniestro.
Tal y como leemos en la prensa, “el programa lanzado por Valls el pasado miércoles contempla una
reducción del gasto público de 50.000 millones de euros entre 2015 y 2017 y
prevé que los sueldos de los funcionarios no suban y que hasta octubre de 2015
se congelen las pensiones y las prestaciones sociales”.
Ante esta decisión de Valls, un grupo de diputados ha
presentado un documento alternativo a la inminente batería de reformas y
recortes del primer ministro. Según los “rebeldes”, los recortes frenarían
recuperación al mermar aún más la capacidad adquisitiva de las clases medias.
Más austeridad de este tipo significa más contracción de la demanda agregada,
lo que implica menos recaudación e, inexorablemente, más déficit y más deuda
pública.
Ya veremos si lo de los diputados díscolos es un paripé o
realmente la socialdemocracia se resquebraja en nuestra vecina república. Aquí
en España, cuando Zapatero llevó a cabo su programa de recortes no se vio tal
revuelo dentro de sus filas en el Congreso, y es que eso de la democracia interna de los partidos no se lleva muy bien
con hacerse la foto y colocarse de por vida en el sillón. Lo que sí está
claro es que, en los tiempos en los que vivimos, la austeridad entendida al
modo de la Troika– menos estado del bienestar- no está funcionando. Y si en Europa
no funciona por falta de recursos un modelo social que arranca, con sus
altibajos, tras la segunda guerra mundial, me temo que la democracia se pone en
peligro. Se llama pacto social a ese acuerdo que dio lugar al estado social y
democrático de derecho en las cenizas de un continente barrido por la guerra.
La desigualdad es causa de conflictos, pero algunos consideran que es el
momento de romper la baraja y barrer para los suyos.
Lo más curioso es que dentro de poco son las elecciones europeas. Si movemos el foco desde
Francia hasta España -supongo que en el
país galo pasará igual-, la cantidad de grupos políticos antineoliberales se ha
multiplicado, fraccionando más, si cabe, un voto de izquierda que no se termina
de concentrar en una opción nítidamente clara. Si la socialdemocracia clásica
no está solucionando problemas, parece que la izquierda “alternativa” se preocupa más por ser visionaria que por
organizar una estrategia que permita concentrar el voto. Y es que cuando
hay gente que cree que posee la verdad absoluta, se olvida de que, sobre todo,
tiene que convencer a una amplia mayoría para conseguir su apoyo.
La política no es una tribu urbana minoritaria en la que
cualquiera puede huir de la masa en nombre de la exquisitez.
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