Es difícil predecir el futuro de un mercado laboral que cambia
constantemente y que destruye empleo a una velocidad superior al que lo crea.
La tecnología dinamiza nuevas oportunidades económicas, pero la crisis acaecida
en otros sectores clásicos, como el de la construcción, hace que sea imposible
determinar dónde se creará trabajo, cuánto se creará y si será suficiente. De
ahí que todo sean expectativas, predicciones, proyecciones de futuro o
previsiones de algún experto en la materia que, al final, termina fallando más
que acierta.
En un artículo reciente del diario Expansión se reflexionaba sobre
estas cuestiones: las profesiones con futuro y las que no lo tienen.
Desde las ocupaciones desaparecidas, como la de telefonista, hasta los nuevos
profesionales informáticos, ha habido un proceso de destrucción y creación
constante. Incluso estos últimos, los informáticos, deben actualizarse y
modernizarse constantemente si quieren que su profesión no caduque, aunque yo,
particularmente, considero que es muy difícil que el sector informático pase de
moda en la era tecnológica en la que vivimos sumergidos.
Si antiguamente la edad y la experiencia eran un grado, vemos cómo, al
igual que el joven menor de 30 años, el colectivo mayor de 45 supera con creces
la media de desempleados si lo comparamos con otros grupos de edad. La
velocidad vertiginosa a la que se imprimen los nuevos cambios hace muy difícil
que, aunque seamos capaces de estar en formación continua y permanente a lo
largo de toda nuestra vida, tarde o temprano las generaciones más jóvenes nos
pisen los talones con su energía a tope, su capacidad de trabajar por poco
salario y las nuevas tecnologías aprendidas desde la cuna. El vertiginoso ritmo
del consumo hace que, por parafrasear al sociólogo
Zygmunt Bauman, todo se vuelva líquido. El empleo, también.
Además, tal y como se refleja en este otro artículo, la cuantía de las becas
ha disminuido por primera vez en 15 años, lo que dificulta aún más que gente
sin recursos acceda a esa formación tan importante y tan necesaria que
supuestamente necesita para insertarse laboralmente. De nuevo, vemos cómo el
problema individual del desempleado se ve afectado por decisiones políticas. Es
obvio que en una sociedad el conjunto de relaciones y decisiones que toman las
autoridades terminan afectándonos a todos. Y no digamos nada del fraude
relacionado con la formación, lo que indigna aún más, sobre todo cuando desde
el poder se nos recrimina tanto a los ciudadanos de que estamos parados porque
queremos.
Creo que tan importante como la formación y el desarrollo de habilidades
sociales tales como la comunicación, está la capacidad de crear proyectos
profesionales interesantes que permitan establecer una tupida red de contactos.
Si no tenemos un proyecto determinado, offline u online o como se quiera,
seremos parte del proyecto de otro en el mejor de los casos; en el peor,
estaremos condenados a ser excluidos.
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