El
periódico El Economista se hico eco
hace unos días de un artículo publicado por el economista Santiago Niño Becerra
en el que analiza la situación de las familias españolas y su endeudamiento. Es
bueno conocer estos datos, puesto que se ha hecho mucho hincapié desde las
instituciones públicas y la troika (Banco Europeo, FMI y Consejo Europeo) en
que los problemas de países como España eran la deuda pública y el déficit,
provocados, según ellos, por el “generoso” Estado del Bienestar.
Según
el Banco de España, las familias
acumulan un endeudamiento de 813.778 millones de euros. Durante los años de
expansión económica, los salarios no subían tanto como los beneficios
empresariales y las familias compensaban esa poca subida salarial con
endeudamiento. Cuando todo quebró y el desempleo empezó a subir meteóricamente,
nos dimos cuenta de que esa deuda estrangulaba más que nunca la débil economía
de la mayoría de los españoles.
La política
de reducir salarios se está convirtiendo en un problema si lo que queremos es
aumentar el consumo de las familias, puesto que gran parte de los exiguos
ingresos van destinados a pagar deudas y no al citado consumo. También subir
impuestos, como el IVA -que lo que hace es aumentar unos precios de bienes y
servicios ya de por sí altos para los tiempos de crisis-, ayuda poco a la
recuperación
A pesar
de los buenos resultados del sector turístico , supeditar una economía tan
sólo a esta actividad y a una hipotética fortaleza de las exportaciones es muy
arriesgado. El turismo es tremendamente temporal -habrá que ver las cifras de
desempleo cuando se acabe la temporada estival -, y si nos basamos en competir
en el exterior a base de reducir salarios, siempre nos tocará enfrentarnos a
países que, como China, son mucho más baratos que nosotros.
Mientras la deuda de las familias sea la que es, es muy
difícil salir del agujero en el que nos encontramos. Las políticas expansivas,
esas encaminadas a potenciar la demanda agregada mediante el gasto público, no
gozan de buena prensa entre las élites financieras y económicas,
ideológicamente neoliberales y, por lo que parece, socialmente poco
sensibilizadas.
Por
mucho que nos pretendan convencer de los minijobs, esta forma laboral tiene
unas sombras demasiado oscuras. Alemania, la locomotora económica y sede de la
innovación europea, famosa por esta forma de contratación, gastó 37.100 millones de euros en subsidios el año
pasado,
y eso pese al crecimiento económico que vive y a sus bajas cifras de paro. Como
se puede leer en el artículo anteriormente enlazado, “un total de 4,4 millones
de adultos en condiciones de trabajar y 1,7 millones de niños y jóvenes” reciben
un subsidio especial por vivir en la exclusión social. No es ninguna tontería
este dato: no tener en cuenta estas bolsas de pobreza en un país que tiene una
economía tan potente sería arriesgado, sobre todo porque si ellos deben hacer
frente a esta situación, en España nos encontramos con una realidad muchísimo
peor con cerca de 6 millones de parados.
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