El final de la privacidad tal y como la conocíamos no hace
muchos años ha supuesto que nos enfrentemos a la información que volcamos en
las redes sociales de otra forma. Hacemos comentarios personales, hablamos sin
tapujos -incluso decimos en cada momento dónde estamos-, colgamos fotos
propias, etc. sin esperar respuesta de un interlocutor definido. Ante un
público que no sabemos muy bien quién es, hemos aumentado tanto el círculo de personas
a las que hacemos partícipes de nuestras actividades que, a veces, nos perdemos.
Facebook quiere dar un salto en su concepto de red social:
pretende desarrollar un proceso en el que se pueda identificar a las personas
por su imagen personal. Así, según la empresa de Mark Zuckerberg, prevé
eliminar el etiquetado de fotos. Pero, ¿dónde está el límite?
Desde el escándalo de PRISM -en el que conocidas empresas
tecnológicas apoyaron al gobierno de EEUU en el espionaje masivo de personas-,
recuerdo constantemente el libro de
Julian Assange, “Cypherpunks” .
Es posible que Internet sea la maquinaria mejor diseñada para el control de las
actividades ciudadanas, lo que conlleva, inexorablemente, a considerar que la
confianza que depositamos en las redes sociales puede volverse en nuestra
contra.
Aunque creamos que nuestros datos serán guardados bajo
principios éticos, nadie nos asegura que Facebook o cualquier empresa no se
plegarán ante el gobierno de turno o, aún más lastimoso, venderán los datos a
otras empresas. Tanto para vendernos, como para controlarnos, nuestros datos se
están convirtiendo en oro para muchas corporaciones.
El sociólogo Ulrich Beck, en un artículo publicado en “El País”, habla de los riesgos para la libertad que están suponiendo estos avances
tecnológicos .
No es que haya que deshacer el progreso que supone Internet, sino tener en
cuenta que todo avance conlleva una serie de riesgos que tenemos que minimizar.
Pasa lo mismo con la energía nuclear, el petróleo o los aviones; los riesgos
inherentes que son característicos al progreso humano nos obligan siempre a ser
cautelosos.
No saber controlar nuestra información y nuestra imagen
digital puede llegar a ser un problema importante. Más allá de si en una
entrevista de trabajo la empresa nos mira el Facebook o no ,
tenemos que tener en cuenta que una vez dejamos una información en la red, esa
información ya pertenece a ella. Ser dueños de nuestra imagen es fundamental en
una sociedad democrática.
Al volvernos transparentes -como dice Beck-, nuestra
libertad se reduce aún más, eliminando ese carácter espontáneo que suponía
elegir a quién le contamos una cosa y a quién no. Quizás las nuevas
generaciones de personas -los conocidos como nativos digitales- se acostumbren
a esta nueva forma de comunicación y la privacidad cambie su concepto. Pero, aun
así, me seguirá preocupando qué hacen con nuestros datos las distintas
empresas, cuál será el nuevo invento de Facebook para identificarnos y cómo
utiliza el Estado la tecnología para saber qué hacemos.
Fuente de la imagen: Captura de pantalla de El diario.es
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