Os dejo el artículo que he escrito esta semana y que me ha publicado el diario digital Almería 360º. En él reflexiono sobre la precariedad laboral, estado en el que se encuentra cada vez más gente. De la precariedad ya no se salvan ni los más formados, ni los más preparados. Es un estado económico y social cada vez más extendido.
A continuación, el artículo.
Aquellos
tiempos en los que se hablaba de proletariado, clase obrera, clase trabajadora
y demás clasificaciones que intentaban agrupar a personas de un grupo social
determinado, están dejando paso a un nuevo concepto: el precariado. En esta
clase social encontraremos becarios, falsos autónomos, jóvenes que encadenan
interminables contratos temporales en infinitas empresas y, así, un largo
etcétera. Sueldos muy bajos que no dan para mucho, pero, al fin y al cabo, un
puesto de trabajo.
El
precariado no sólo está compuesto por personas que no han querido o no han
podido estudiar y que carecen de formación. Esta semana hemos podido leer en la
prensa cómo la juventud más formada de países del sur de Europa -como España,
Grecia o Portugal-, en un porcentaje muy elevado, está condenada a trabajos
basura, cuando no a eternizar becas y cursos de postgrado, viviendo con sus
padres todavía o en un ambiente estudiantil cuando ya tendrían que estar
creando su propia familia. El precariado está condenado a vivir eternamente
joven, aunque no quiera. También tendría otra opción, emigrar.
El
precariado tiene muy difícil organizarse sindicalmente. Antiguamente, en un
sistema de producción fordista en el que la fábrica o centro de trabajo similar
agrupaba a decenas de trabajadores, era más fácil que se crearan vínculos de
solidaridad entre ellos. Ahora, cuando una persona en 24 meses pasa por
distintas empresas, en las que seguramente el número de asalariados es
reducido, ese modelo sindical decimonónico pierde totalmente su fuerza. El
precariado se caracteriza por estar sólo ante cualquier problema, emergiendo
como ese individuo superviviente que tanto le gusta al lenguaje neoliberal. Por
otro lado, cuando muchos empresarios hablan de compromiso del trabajador para
con la empresa, también hay que decirle que si una persona no termina de
trabajar más de dos años en el mismo sitio y sabe que no se le va a renovar el
contrato, lo haga bien o lo haga mal, el compromiso del trabajador no puede ser
más de lo que hay.
La
cuestión es que, en el contexto socioeconómico en el que vivimos, todo se torna
muy complicado. Nos dicen que no existe el trabajo para toda la vida. Es
evidente, nada es para siempre; como ya analiza el sociólogo Zygmunt Bauman,
vivimos en una sociedad líquida. Las transformaciones tecnológicas o el cambio
de tendencias de cualquier tipo modifican el sistema productivo. Pero, ante
esta situación, ¿qué hacer?: ¿adaptarse a la incertidumbre? Seguramente, pero
no es tan fácil como parece.
Muchas
voces dicen que si no estás de acuerdo con vivir en precario, debes emprender
tu propia empresa. Estoy de acuerdo, de hecho, mis proyectos laborales y
personales van por ahí. Pero lo pintan como un camino de rosas cuando emprender
en España es tremendamente complicado. Entre pagar el seguro del autónomo y
otros impuestos, conseguir crédito (que ahora está imposible) y competir en un
mundo con innumerables empresas, emprender se presenta como una lucha heroica.
Hay autónomos que viven con la misma precariedad que muchos asalariados, pero
sin muchos de sus derechos, como cobrar un subsidio por desempleo en
condiciones. Cobrar el paro del autónomo es muy difícil y no hace muchos años
ni existía.
Pero el
precariado se enfrenta a un fantasma: el desempleo. Mientras la tasa de
desempleo sea del 30%, tener un mal empleo es mejor que no tener empleo. Con
altas tasas de paro, siempre hay alguien dispuesto a trabajar por lo que sea y,
al final, todos hacemos lo que sea por trabajar.
Teniendo en cuenta que todo es muy complejo,
que el mundo de buenos y malos, del que manda y obedece se está difuminando,
les dejo una pregunta: ¿no piensan ustedes que es hora de decir: precarios del
mundo, uníos?
@Hecjer
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